Image: El sacrificio de los toros

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Primera palabra

El sacrificio de los toros

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

22 junio, 2012 02:00

Luis María Anson


Las dos grandes tradiciones taurinas del mundo actual -la vaca sagrada en la India y el toro de lidia en España, Francia, Portugal e Iberoamérica- tienen un origen común en las expresiones religiosas del Oriente Medio anterior a Cristo. Entre los sumerios, los acadios, los asirios, los babilonios, los hetitas o los egipcios, el toro era el animal que representaba la potencia genética y la fecundación. En aquella época, no tener hijos era una maldición de los dioses. Para combatir esa maldición, el novio cazaba un toro, lo sacrificaba como tributo a la divinidad, machacaba sus testículos sobre el altar y los engullía para garantizarse la procreación.

Los ritos taurinos derivaron hacia Oriente en su dimensión hembra, sobre todo en la India con la vaca sagrada, a través de una serie de vicisitudes históricas que se han estudiado de forma muy minuciosa. En su dimensión macho, y tras su paso por la taurocatapsia cretense del templo de Cnosos, estrella de la cultura minoica, se extendió por toda Europa y cristalizó en España, en forma de corrida popular relacionada con las fiestas de boda. Como en el antiguo Egipto, el toro, animal sacralizado, participaba de alguna forma en los matrimonios para garantizar que los recién casados tendrían hijos. Esa fue la gran aportación intelectual de Ángel Álvarez de Miranda, que destruyó todas las teorías anteriores sobre el origen de la fiesta de los toros, desbaratando la tesis de los Moratines. No es verdad que, concluidos los torneos y las luchas a caballo entre los caballeros, éstos las sustituyeran por el alanceo de los toros dando origen a lo que hoy conocemos por la corrida. En el mejor libro que, en mi opinión, se ha escrito sobre la fiesta y que prologó lúcidamente Julio Caro Baroja, Ritos y juegos del toro, Ángel Álvarez de Miranda demuestra que el origen de la corrida es popular y a pie. En una cantiga de Alfonso X, códice que se conserva en El Escorial, el Rey sabio describe minuciosamente en el siglo XIII una "corrida nupcial", es decir la participación del toro, con motivo de los festejos de una boda, para que los novios alcanzarán la fecundación. Álvarez de Miranda explica que la creencia alcanzaba hasta la realeza y reproduce una crónica de Pedro Mártir de Anglería, en su Opus espistolarum, según la cual Fernando el Católico ordenó que le prepararan un mejunje con los testículos de un toro para asegurarse de que fecundaría así a su segunda mujer, la suculenta Germana de Foix. Ni siquiera la viagra es nueva bajo el sol. Desde hace muchos años, trabajo yo en un libro que titularé El sacrificio de los toros. Estudio en él el origen de los dos principales ritos taurinos que quedan en el mundo: la vaca sagrada y el toro de lidia.

Gonzalo Santonja en su nuevo libro Por los albores del toreo a pie da la razón a Ángel Álvarez de Miranda y aporta un arsenal de datos, muchos de ellos incontrovertibles. Junto al "enhiesto surtidor de sombra y sueño" del ciprés celebérrimo, Santonja escudriña en el monasterio de Silos las huellas fugaces del toreo en el siglo XIV. El autor se detiene también en el XII. Bucea en la ermita del Santísimo Cristo del Humilladero, en el pueblo segoviano de Pinajeros, hasta descubrir "las primeras pinturas taurómacas que hoy por hoy se conocen, de fines del XII o comienzos del XIII".

Estamos ante un libro excelente que amplía y robustece la tesis de Álvarez de Miranda, a mi manera de ver incuestionable. El toreo es una fiesta de arte y valor, con fuerte impregnación religiosa, relacionada inicialmente con las bodas, y que fue popular y, por eso mismo, la lidia se inició a pie, no a caballo. El más grande de nuestros poetas del siglo XX así lo rastreó: "Y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra"

ZIGZAG

Completar de nuevo la orquestación de Monteverdi en Poppea e Nerone era un desafío de interés y Boesmans se ha enfrentado a él con discreción. La dirección musical de Cambreling y la escénica de Warlikowski, excelentes. Pero la duración de la obra en el Teatro Real resultó a todas luces excesiva. Cuatro horas de representación no fatigan en Wagner, por la intensidad dramática y musical. Cuatro horas de Monteverdi, resultaron abrumadoras para muchos de los espectadores.