Image: Juan Barja, fin de fuga

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Primera palabra

Juan Barja, fin de fuga

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

14 septiembre, 2012 02:00

Luis María Anson


El poeta huye de la vida en una fuga de la que no conoce el fin. El ser es un ser para la nada, es un ser para la muerte. Juan Barja así lo cree, pero está más cerca de Heidegger que de Sartre. En su nuevo libro camina solo a ráfagas por el pensamiento sartriano. La palabra le brota entre raíces y sílabas como en Les mains sales. Entre las nubes sin rocío, entre el vacío del gesto, sin cuarzo, sin ceniza, Barja sube peldaño a peldaño la escalera del viento hacia la nada. Fruto del fósil, le aguarda el vencido desnudo de la sombra. Fin de fuga es un impulso hacia la escoria. Como Gruscha en El círculo de tiza caucasiano, el poeta se agita en "un mundo sin Dios". Su sentimiento oscila como un péndulo entre Brecht y Beckett, colgada la luz poética de la escarpia del frío.

En los versos de Barja hay olas que duermen entre las hojas de plata del olivo. Las xilografías de Galanda ilustran muy bien la deconstrucción ideológica del poeta y su desolado paso por la vida. El mundo se oscurece en la desazón de vivir. Por la avenida destrenzada del verso camina el cansancio infinito del hombre, el cuerpo sin alma en el inmóvil vertedero de la sombra. Reino del dolor y del destino, negro sarmiento del temblor, el poeta bracea sobre la plata castigada del agua. Se muere de la sed sin medida, azotado por los caladeros del viento.

El fin de la fuga de Juan Barja germina en el quicio del cáliz presentido, entre los dientes abrasados del cierzo y las colmenas. Como el artesano esgrime su lezna, el poeta estremece la palabra y golpea con ella "los lirios de los muros alzados". No tiene otro acento que el de la cal porque en el espejo de la caducidad contempla el perro abandonado de su alma.

José Manuel Cuesta Abad se esfuerza en el prólogo por explicar la poesía de Barja, a ráfagas ininteligible como el teatro de Beckett. La intencionalidad de Husserl, los escombros de Hegel, la Neve Sachlichkeit, la nueva objetividad, alientan en la obra de Barja, cuya escritura tiende, al decir de Cuesta, a rehuir la lógica de la sintaxis. Algo hay en el poeta, en efecto, de Olivier Messiaen, como explica el prologuista. Mortier nos trajo hace unos meses en una sesión íntima en el Teatro Real, su Quatuor pour la fin du temps, que compuso en 1940 confinado en un campo de concentración nazi, con los escasos instrumentos de los que allí disponía.

Me ha sorprendido por su calidad poética y la profundidad de su pensamiento el nuevo libro de Juan Barja. Es un regalo para el buen gusto literario. La república de las letras no nos abastece últimamente de obras poéticas de tanta envergadura. El autor ha alcanzado la madurez literaria. Se ha situado por encima del bien y del mal y contempla el mundo que le rodea con un escepticismo atroz. Juan Barja, en fin, ha sabido resumir en tres versos su paso devastado por la vida: "Por caminos de escombro, / yacimiento de abismo, fin de fuga. / Y, en la proa, el señor de los caminos".

ZIGZAG

Hay algunos libros que deben traducirse de forma fulminante. Crisis economics de Nouriel Roubini explica desde la claridad lo que está ocurriendo en el mundo: "The end of the American empire and the rise of China". Que un economista de prestigio indiscutido se adentre en los senderos de la filosofía de la Historia es cuando menos sorprendente. En su libro, destacado por el The New York Times, se hace un minucioso análisis de las causas que han zarandeado las economías occidentales, con Estados Unidos y Europa bordeando el abismo. La situación actual es distinta a la de 1929. Aquella fue una crisis de miseria; esta, de prosperidad. Hemos vivido durante varios años, sobre todo algunos países como Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia, por encima de las posibilidades reales. La solución es muy compleja pero por lo pronto es necesario gastar menos de lo que se ingresa y, en consecuencia, reducir el nivel de vida de los ciudadanos particulares y también el de la mayoría de los Estados. Nouriel Roubini no cae en el escepticismo de la pandemia económica. No es un catastrofista. Cree que se superará, con muchos desgarros, la enfermedad que nosotros mismos hemos Provocado.