Image: La II República defendió el castellano

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Primera palabra

La II República defendió el castellano

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

9 noviembre, 2012 01:00

Luis María Anson


El profesor Zamora García subrayó en un reciente escrito la afirmación del castellano que se hacía en la Constitución republicana de 1931. "Las regiones autónomas -se lee en el artículo 50-- podrán organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades que se concedan en sus Estatutos. Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, y esta se usará también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas. El Estado podrá mantener en ellas instituciones docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República". Los constituyentes de 1978 no acertaron a redactar un artículo como este, de tanta claridad previsora.

La II República española fracasó porque no fue de todos, como sí lo ha sido y lo es la Monarquía que propugnó, contra Franco, Juan III y que hoy encarna su hijo Juan Carlos I. Desde sus primeros balbuceos, la II República se mostró sectaria y excluyente. No fue propiamente una forma de Estado sino una ideología revolucionaria que se desarrollaba imparablemente hacia la gran fascinación de la época: el comunismo. Eso lo vio con claridad uno de los fundadores de la II República, el filósofo Ortega y Gasset. Frente a la dictadura del proletariado que se dibujaba en el horizonte cercano, reaccionó la clase media que, tras una terrible guerra incivil, impuso su propia dictadura, la dictadura de la clase media, es decir, el fascismo.

El profesor Varela Ortega redactó un informe para Fernando Abril en 1977 expresando su alarma sobre el sistema autonómico que estimulaba Clavero Arévalo y apoyaba Adolfo Suárez. Propuso la legitimación de los Estatutos republicanos de Cataluña y el País Vasco. Otro gallo menos estridente nos hubiera cantado de haberse prestado atención a la propuesta del entonces joven historiador. La persecución que el idioma castellano padece en Cataluña, y parcialmente en alguna región más, es una realidad objetiva. Ciertamente los ciudadanos catalanohablantes se expresan siempre con cordialidad y sin problemas cuando se dirigen a ellos en castellano. El problema no reside en el pueblo, entre otras razones porque todos los habitantes de Cataluña entienden el castellano y solo la mitad habla catalán. El problema deriva de una clase política sectaria que en las últimas décadas ha estigmatizado el uso del castellano desde la escuela primaria a los rótulos de los establecimientos comerciales. Hasta en los recreos colegiales se presiona e incluso se castiga a los niños para que no hablen castellano.

Como idioma internacional, el inglés es el latín del siglo XXI. Las minorías directoras de los cinco continentes lo utilizan como vehículo de entendimiento universal. Arrolla, además, en internet. El español es el segundo idioma del mundo y lo hablan cerca de 500 millones de personas. Como lengua nativa ha superado al inglés. El enjambre dialectal chino no supone competencia alguna, aparte de que la lengua de Li Taipe no es un idioma internacional. Parece claro que, en la actual centuria, se considerará analfabeta a la persona que no conozca estos tres idiomas: el inglés, el español y la informática.

El castellano se defiende solo. Se potencia solo. Se extiende solo. Es imparable. El 82% de los estudiantes norteamericanos de idiomas eligen el español. En Japón, tras el inglés, se estudia el español. El francés ha sido relegado. Y lo mismo ocurre en Suecia o Dinamarca. Incluso en Alemania, el estudio del español ha desplazado al francés. En la gran nación emergente, Brasil, su sabia clase política ha dispuesto que el estudio del español sea obligatorio.

Por eso entristece el sectarismo de los políticos catalanes, no todos, claro, al perseguir de forma sectaria al idioma de Cervantes y Borges, de Pérez Galdós y García Márquez, de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda, de Juan Marsé y Vargas Llosa, de Pere Gimferrer y Octavio Paz. Asombra, en todo caso, la falta de reacción del Gobierno español contra las tropelías que sufre el castellano, a pesar de que algunos periódicos denuncian día a día la necedad aldeana de ciertos dirigentes políticos en Cataluña.