Luis María Anson



Margarita Salas, científica de extraordinarias calidades humanas, académica de la Española, Premio Príncipe de Asturias en el horizonte, acostumbra a subrayar la importancia que tiene para una nación seria la investigación. Es la tercera dimensión de la cultura profunda. Junto a la literatura, las artes plásticas y la música, la ciencia conforma el termómetro con que el que se mide la temperatura cultural de una nación.



A pesar de las limitaciones económicas, los científicos españoles con los faros de Ramón y Cajal y de Severo Ochoa, pero también de tantos otros nombres relevantes, forcejean hoy por mantener el nivel de los estudios y la investigación. Algunas entidades privadas, como el BBVA, contribuyen con generosidad al esfuerzo hercúleo de la ciencia en España. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas sigue siendo un instrumento clave en la vida española. Exhibe sobre sus espaldas largas décadas de éxitos y de seriedad. Es una pieza cardinal para articular la ciencia en España. El inolvidado Ángel Martín Municio, que conocía todas las insuficiencias y las debilidades del Consejo, subrayaba siempre la necesidad de mantenerlo y robustecerlo.



El septenato zapatético ha estado a punto de arrasar al CSIC. Transformado en Agencia Estatal en el año 2007, ha perdido la eficiencia y ha derrochado el dinero público. Fondos destinados a la investigación, que es la prioridad del Consejo, fueron desviados para sufragar un desmesurado gasto corriente y también para contratar personal, sobre todo directivos. Parientes, amiguetes y paniaguados del poder político engrosaron los gastos del Consejo, a costa de la investigación. También padeció el CSIC una bien conocida estrategia zapateresca: se contrata como laborales temporales a los amiguetes, después recurren estos a los tribunales de lo Social y se convierten en trabajadores indefinidos. Cerca de 500 personas se han incorporado al despilfarro del CSIC amparadas en esta trampa.



Además de dispararse la estructura burocrática, el Consejo ha padecido una deleznable contabilidad, el permanente descontrol de la gestión y la ausencia de una planificación seria, todo ello minuciosamente denunciado por la actual Inspección General del ministerio de Economía.



De lo que se trata ahora es de planificar, cuanto antes, una nueva estructura del CSIC que devuelva la nave insignia al rumbo que nunca debió perder. Los científicos españoles, sobre todo los jóvenes, tan entusiastas, tan abnegados, tan enamorados de su trabajo investigador, se merecen que se enciendan de nuevo en el Consejo Superior las luces de la esperanza. Diógenes Laercio en un libro clásico subrayaba el pensamiento de Aristóteles: "Las ciencias tienen las raíces amargas, pero muy dulces los frutos". Es la idea de Horacio, virtutem doctrina parit, la ciencia engendra la virtud. Cervantes fustigó a los que la desprecian. Hoy nadie medianamente formado se burla de los científicos. Al contrario, ciencia y técnica están instalados en el altar de la adoración general. El ciudadano que desde Madrid habla con su hijo estudiante en Boston viéndole la cara por skype, y además gratis, tiene las ideas bien claras sobre la conveniencia de que se destine dinero público al I+D+i.



ZIGZAG

Los Premios Príncipe de Asturias están considerados como los más importantes del mundo inmediatamente después de los Nobel. Aparte del esfuerzo de la Corona, son muchos los que han contribuido a ese gran éxito de la cultura española, pero justo es reconocer que el alma de la aventura ha sido Graciano García, un periodista sagaz de gran aliento intelectual. Juan de Lillo ha resumido en 500 páginas de prosa suculenta la vida y la obra de Graciano García. Se trata de un libro objetivo y exigente -Nada fue un sueño- en el que se rinde homenaje a un hombre trabajador, serio y emprendedor que es, además, buena gente, solidario siempre con los desfavorecidos, por encima de sectarismos y exclusiones, independiente para reconocer el mérito allí donde se encuentre.