Image: Los ordenadores oyen

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Primera palabra

Los ordenadores oyen

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

14 diciembre, 2012 01:00

Luis María Anson


Juan Ruiz de Alarcón no tenía idea cuando escribió Las paredes oyen de hasta qué punto el hombre se las iba a ingeniar para saberlo todo de todos a través de unas máquinas inverosímiles que se han convertido en el nuevo reguero de dioses del Olimpo mediático.

El diablo cojuelo de Vélez de Guevara es hoy una computadora que levanta los tejados de nuestras casas y se entera de todo. Se acabaron los sigilos, las cautelas, las máscaras. En Berkeley, por ejemplo, Google dispone de una biblioteca de cintas en la que se almacena el saber de la historia de la Humanidad y los secretos de todos nosotros. La pirueta de Wikileaks no es una casualidad. Todas nuestras conversaciones telefónicas, todos nuestros SMS, todos nuestros contactos digitales quedan almacenados para conocimiento del que sepa buscarlos. Las palabras se las lleva el viento. Las que se dicen a través del teléfono móvil, de la tableta o del ordenador permanecen. El Gran Hermano se ha convertido en alarmante realidad. La aldea global de McLuhan parecía una utopía a mediados del siglo pasado. Hoy se ha superado con creces y se ha convertido en un patio de vecindad. Todo es instantáneo en los cinco continentes, las noticias, los periódicos, las conversaciones, las opiniones. El mundo se ha transformado y en las gigantescas habitaciones mediáticas en las que todos vivimos las paredes oyen. Los servidores electrónicos extienden sus tentáculos sin barreras y dominan nuestra intimidad. A veces, además, la alteran y manipulan. Mario Vargas Llosa, tras elogiar la dimensión cultural de las nuevas técnicas, escribía ácidamente sobre su capacidad para deformar a las personas y triturar la imagen pública de cada uno. Internet es un milagro pero el derecho internacional deberá buscar fórmulas para embridarlo. Hay que aferrarse a las humanidades. Lo que la civilización grecolatina consagró como derechos humanos no puede resultar devastado por las nuevas tecnologías.

Los servidores digitales acumulan los datos personales de cada uno de nosotros. Los exigen las dictaduras, los reclaman los gobiernos democráticos, los solicitan los jueces. Se venden en ocasiones a las empresas. ¿Adónde, adónde vamos a llegar? El deseo bíblico frustrado del hombre de ser como Dios se está acariciando con los dedos digitales. La revolución informática permite estar presente en todos los sitios. El nuevo mundo sin privacidad, sin intimidad, sin respeto a la identidad está multiplicando la zozobra de vivir y el malestar de los que sufren sus consecuencias. No le falta razón a Mario Vargas Llosa. O se establecen por ley las cautelas imprescindibles o retornaremos a la selva, en este caso, a la selva informática que, sin control, zarandeará al hombre en su intimidad y sus derechos. Ha llegado el momento de que los legisladores se enfrenten con la nueva realidad del mundo y elaboren leyes nacionales e internacionales que permitan controlar los excesos de la informática.

ZIGZAG

No cuenta toda la verdad. Pero todo lo que cuenta es verdad. Lo que caracteriza el libro de Juan Peñaranda, Desde el corazón del CESID, es el rigor. Un auténtico arsenal de datos respalda lo que dice. El autor además ha vivido de cerca, y las ha protagonizado en algunos casos, las historias que narra en la época en que formó parte destacada de los servicios de inteligencia españoles. Su versión sobre la ley para la Reforma Política responde a lo que ocurrió y resume las tensiones, las agresividades, las deslealtades y las traiciones que se vivieron entonces. Deslumbra Peñaranda al relatar las vicisitudes de la legalización del partido comunista y pone un espejo delante del intranquilo ambiente militar atizado por los incesantes atentados y crímenes de ETA. Cierra su libro el autor con un análisis del 23-F. Tuvo de aquel acontecimiento información directa pero le faltan algunas claves para dimensionar lo que ocurrió. Un libro, en todo caso, imprescindible para entender los años azarosos de la Transición y la evolución española sin traumas desde una dictadura de cuarenta años a una democracia pluralista plena.