Son muchos los que consideran al fútbol como una forma de cultura. Se trata de una opinión discutible. Los Juegos Olímpicos definieron en la Grecia de Fidias y Praxíteles, de Eurípides y Platón, una manera de interpretar la vida. Pero solo tangencialmente o por extensión se pueden entender los espectáculos deportivos como manifestaciones culturales. La literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza, la filosofía, la ciencia, el cine y las artesanías se encuentran en la médula de las manifestaciones culturales. El deporte, no. Es otra cosa, aunque tangencialmente roce el mundo de la cultura.

En la mayor parte de los países, el fútbol ha adquirido una dimensión de tal envergadura que exige un tratamiento aparte. Es innegable la parálisis que se produce cuando se celebran determinados partidos tanto a escala nacional como internacional. Arnold J. Toynbee afirmaba que el historiador no puede quedarse ajeno al incendio popular por el deporte rey.

En España, Fernando Lázaro Carreter fue el primer intelectual de envergadura que dedicó páginas esclarecedoras a analizar la significación del fútbol, si bien Ortega y Gasset había anticipado lo que podría suponer el deporte en el futuro. Para el inolvidado director de la Real Academia Española, el balompié ha sustituido por fortuna al fervor de la guerra.

Hay una épica futbolística que desentumece las reivindicaciones históricas. El Brasil vencedor o la Argentina triunfadora sobre los equipos nacionales europeos descarga el sentimiento de desquite contra el colonialismo de muchos siglos. Pelé y Maradona sepultaron a Pizarro y a Cortés. Si Portugal derrota a España, la sombra de Aljubarrota planeará sobre las crónicas periodísticas. En la España vencedora de Inglatera, en los mundiales de Brasil en 1950, se habló de “la pérfida Albion”. Y si nuestra nación hubiera caído hace unos días en el partido contra Francia se habría recordado la batalla de Rocroi. Los negros que vertebran los grandes equipos europeos significan en algunos aspectos el despropósito de la política antirracista y de la opresión atroz que el blanco ejerció en África. La esclava negra se despereza, signo de selva el suyo, con sus collares rojos, sus brazaletes de oro curvo y ese caimán oscuro nadando en el Zambeze de sus ojos. Los orgullosos equipos europeos se han teñido de negros para mantener su capacidad deportiva.

Pero una cosa es la épica del fútbol y otra muy distinta la cultura del fútbol. Que a la manera de los viejos torneos, dos equipos, en lugar de dos ejércitos, ventilen el orgullo nacional, no parece negativo. Mejor la pasión del fútbol, incluso con sus ocasionales excrecencias violentas, que la guerra de las armas y la sangre derramada. Rubén Darío hubiera dedicado su Marcha triunfal al vencedor del Mundial surafricano y a sus héroes Íker Casillas y Andrés Iniesta.

Pintores ilustres, escultores de relieve, poetas como Alberti o Miguel Hernández, se han expresado artísticamente en torno al fútbol. Algunos de los más reconocidos arquitectos del siglo XX concibieron estructuras gigantescas para albergar la pasión futbolística. Pero eso no significa que el deporte en sí mismo sea una expresión cultural.

En todo caso, ahí está el debate. ¿Es el fútbol una forma de cultura? Un deporte que, en determinadas manifestaciones, paraliza la vida de una nación y que congrega ante el televisor a millones de personas, ¿forma o no parte de la cultura? La cuestión no puede ser más interesante. ¿Fue cultura, en el sentido profundo de la palabra, el circo de Roma? ¿Lo es un partido entre el Real Madrid y el Barcelona, entre las selecciones nacionales de Brasil y Alemania?

Para responder a estas preguntas sería necesario llegar a una definición cabal de la cultura. Y eso me parece una proeza casi inalcanzable. Quedémonos por ahora con lo que decía Lázaro Carreter: el fútbol es la válvula de escape de las pasiones populares, de ciertas reivindicaciones históricas, del orgullo de derrotar al rival, de la épica del triunfo que ha sustituido, al menos en parte, los estériles derramamientos de sangre de la guerra”.