Fernando Lázaro Carreter me anticipó en 1983, en mi despacho del ABC verdadero, lo que iba a ocurrir en la Universidad española: la pérdida de la excelencia a lomos del potro desbocado del igualitarismo que proclamaba la izquierda crecida y desnortada. Una Universidad sindicalizada y sin exigencias ha cuarteado el alma mater de la vida española. Nuestra nación que, desde la Edad Media, se había mantenido siempre en el grupo universitario de cabeza, carece hoy de una Universidad que figure entre las 200 primeras del mundo. Son muchos los que creen en la necesidad de sanar el exangüe cuerpo universitario español.
La Fundación Ortega-Marañón estudia en estos momentos, desde el silencio sonoro de la libertad, la creación de una Universidad de excelencia que permita recuperar a España el lugar que nunca debió perder. La estrategia para llevar a cabo esta operación está ya trazada, aunque a nadie se le ocultan las dificultades que será necesario superar.
Emilio Botín ha sabido situarse en el centro neurálgico de la vida intelectual española, impulsando desde la gran entidad financiera que preside el proyecto Universia, que se ha convertido ya en la mayor red universitaria en el mundo y que interactúa vía internet con más de 15 millones de profesores y estudiantes de 23 naciones. Y con miles de empresas.
Vale la pena leer y analizar el discurso que Emilio Botín pronunció en la Junta General de Universia España. Es un documento translúcido. Entre el año 2008 y el 2012 el sistema universitario público español ha sufrido una reducción presupuestaria por encima de los 1.000 millones de euros. Los rectores y rectoras han peleado con éxito para que no se resquebraje la educación superior en España que, como ha dicho Botín, con palabra acechante, “es el proyecto social más importante”.
Hace 30 años, España contaba con 600.000 estudiantes universitarios y una producción científica que apenas arañaba el 0,5% de la mundial. Hoy se ha escalado la cifra de 1.600.000 y la producción científica alcanza el 3,2% de la mundial, lo que nos consolida entre los diez primeros países. Y un dato relevante: de los estudiantes que se licencian en las Universidades españolas el 60% son mujeres.
Lo más interesante del bien plumeado discurso de Botín radica en su afirmación de que la Universidad no solo se debe a la docencia y a la educación sino, sobre todo, a la investigación. En eso coincide con Ortega y Gasset. El inolvidado filósofo, primera inteligencia del siglo XX español, afirmó que la Universidad es la continuidad de la ciencia. “Los países más desarrollados -escribe Botín- no invierten en I+D+i porque sean más ricos, sino que son más ricos porque han estado invirtiendo más en I+D+i”. Hemos llegado a un punto cardinal. Hace 10 años la inversión española en I+D+i representaba el 1% del PIB. Hoy alcanza el 1'33, todavía lejos de la media europea. La salud pública y la robustez de la vida intelectual exigen superar cuanto antes el 2% del PIB.
La entidad financiera que preside Emilio Botín, el Banco Santander, ha decidido invertir en programas de ayuda a la Universidad 18.000.000 de euros en los próximos dos años. Sé que elogiar a un Banco, hoy, significa una provocación. Pero desde niño aprendí que la verdad es lo que nos hace libres y la verdad es que en España hay una entidad bancaria que en lugar de engrosar sus beneficios dedica una parte de ellos al estímulo de la Universidad, por mucho que eso moleste a cierto presidente mediático de acrisolada deslealtad y digno de toda desconfianza.