Penélope, hija de Ícaro y Peribea, esposa de Ulises, madre de Telémaco, no sabía cómo quitarse de encima a los pretendientes que anhelaban los favores de su piel canela fina y tostada. Así es que urdió destejer en la oscuridad de la noche el manto que había tejido durante el día, haciendo inacabable la tarea, a la espera de que regresara a Ítaca su marido, desmayado allende los mares y las sirenas por el roce de las caderas y los labios. En la Leyenda dorada de los héroes y los dioses, Meunier se encandiló con la sagacidad y los ojos violentos de la esposa expectante. Al decir de Valle-Inclán, el viento bordoneaba siempre en el mar de la Odisea.



No quiero entrar en el contenido de la nueva ley de Educación. Seguro que tendrá virtudes; también defectos. El análisis de los pros y los contras me parece ocioso porque la ley de Rajoy durará hasta que la alternativa democrática devuelva al líder socialista a la silla curul de Moncloa. Entonces, su primera medida será borrar el texto aprobado por los corderos y las ovejas que Rajoy pastorea con mano erecta en el redil del Congreso de los Diputados. En una noche, el nuevo presidente destejará el manto educativo que con tanto esmero y devoción salió del alfar de los populares.

La ley de Educación tiene un problema esencial: hay que aprobarla por consenso entre los dos grandes partidos. Llevamos tres décadas largas de confusión, incertidumbres, permanentes dudas. Lo peor que le puede ocurrir a la educación en un país es el cambio constante. La ley de Educación española se ha convertido en el manto de Penélope, sin la esperanza de que Ulises regrese. El continuo tejer y destejer nos mantiene perplejos y febriles. Estamos ya a la cola de los países desarrollados en rendimiento educativo. Y ni una de nuestras universidades figura entre las 200 primeras del mundo, fracturando una tradición de siete siglos en la que figurábamos siempre en el grupo de cabeza.

Si se quiere hacer una política seria en materia de educación, el Gobierno de turno deberá desembarazarse de los escapularios ideológicos, convocar al partido de la oposición y negociar con él hasta la extenuación para redactar un texto común que supere los vaivenes electorales. Deberán ceder algo los unos; también los otros. La consecuencia será una fórmula permanente que termine con el zarandeo al que están sometidos colegios, escuelas, universidades e instituciones, evitando así el destino asnal que nos espera.

La democracia española, en poco más de treinta años, camina hacia la decena de leyes de Educación. La situación es insostenible; los resultados, también. Pero los políticos siguen en lo mismo, con estúpida contumacia, cuando en lugar de imponer su criterio, respaldado por la victoria electoral, deberían compartir una fórmula viable con los derrotados para evitar el deterioro creciente de la educación en España.

¿Existen esperanzas para el imprescindible consenso? La verdad es que pocas. Desde la mayoría absoluta, Mariano Rajoy podría haber sido generoso tendiendo la mano a Alfredo Pérez Rubalcaba en busca del acuerdo que consolidara la ley de Educación sobre los avatares de las elecciones generales. No ha sido así. Algunos lo han intentado de buena fe. Pero el resultado final es que tendremos una nueva ley de Educación, cuya vida, mientras arde el tiempo perdido, se prolongará hasta el alba electoral del partido de la oposición. Entonces, como hacía Penélope, reina de Ítaca y de los atolondrados políticos españoles, se destejerá el manto popular y vuelta a empezar.

ZIGZAG

En Dialogo con Navegante, José Tomás conversa con el toro que le envió de un cornada a la frontera del más allá. El pensamiento del torero no cede en profundidad al de Mario Vargas Llosa que se mete en la piel de Navegante, el toro que hirió al maestro. Luis Abril, Zabala de la Serna y otros escritores completan este libro sugerente que instala a la fiesta nacional en su verdadera dimensión cultural. Ortega y Gasset hubiera leído sin fruncir el ceño las reflexiones del Premio Nobel y del torero herido porque sin el rito y el juego del toro sería muy difícil entender el alma del pueblo español.