Image: Especies en extinción

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Primera palabra

Especies en extinción

21 junio, 2013 02:00

La geografía literaria española no se entendería sin la presencia de Juan Cruz. Se puede discrepar de lo que dice el periodista o se puede coincidir con él. Nadie negará que forma parte indeclinable de nuestra república de las letras, de la época manantial que nos ha tocado vivir. En Egos revueltos, Juan Cruz incendió la imagen de los escritores a los que trató, desde Camilo José Cela a Octavio Paz, desde Cabrera Infante a Jorge Luis Borges, desde Juan Benet a Caballero Bonald, desde los nombres en ignición hasta los despojos de la condición humana.

Ahora, con más sosiego, con un grado menor de vehemencia, con la misma generosidad e idéntica independencia de juicio, prorroga sus recuerdos a través de un libro singular: Especies en extinción. Son las memorias de un periodista de palabra pánica que ha vivido intensamente el mundo de la cultura entendida al estilo de Ortega y Gasset, como el centro neurálgico de la vida. Juan Cruz cuenta sin veladuras su apasionado romance con un periódico: El País. Lo defiende con ternuras de sabio y delicadezas de enamorado. Celebra sus éxitos y se entristece con algunos pasajes sombríos y aspaventeros. Pero es su hogar literario y no está dispuesto a abandonarlo. Su tránsito por Alfaguara tiene mucho de anécdota. La sustancia está en El País. La vida del periodista gira en torno a las rotativas en que se imprime el periódico de sus amores y que, como le dijo Jean Daniel refiriéndose a Le Monde, se convertirá en poco tiempo en el suplemento en papel de la edición de internet.

Desde Vargas Llosa hasta su maestro, el filósofo Emilio Lledó, la caravana de escritores e intelectuales, de artistas y profesionales del periodismo, incluso de algunas estrellas moribundas, desfila por las páginas de Especies en extinción como un río que fluye y fluye con destino al mar. No voy a desmenuzar nombres ni circunstancias. Están casi todos los que cuentan. No todos, claro. El libro resume el paisaje de las letras y del alma de Juan Cruz, pintado por una escritura sencilla y eficaz y una sorprendente capacidad para el juicio certero y para zafarse del asedio de los vertederos y de la apoteosis fúnebre de los buitres. Los elogios a Caballero Bonald, a Iñaki Gabilondo, a Fernando Trueba, a Carlos Fuentes, a Jorge Semprún, a José Saramago, a Rafael Alberti, a Manuel Vicent, a Josefina Aldecoa, a Juan Luis Cebrián, a Muñoz Molina, a Benedetti, a García Márquez, a José Hierro, a Carmen Posadas, a Juan Rulfo, a Jesús Polanco y a tantos otros están sabiamente medidos para que resulten eficaces, no solo próvidos.

Las diatribas, en cambio, suben a veces de tono y se estrellan en la nada como decía Bernard Shaw. Son pájaros oscuros que cruzan fugazmente las páginas de Especies en extinción. No coincido con la descalificación que el autor hace de María Asunción Mateo, por poner un ejemplo. Fui testigo de lo que significó para Alberti y del balance altamente positivo de lo que hizo por mi inolvidado amigo.

El gran acento de verdad de Especies en extinción, la descarnada sinceridad con que se expresa el autor, la realidad de una experiencia vivida en el mismo corazón de las letras españolas, convierten este libro en lectura imprescindible para entender las últimas décadas de la vida cultural española. Reconocerlo así es un ejercicio de justicia y objetividad.

Juan Cruz apenas juega con las calaveras del osario político español. Se concentra casi siempre en la expresión literaria. Nadie sabrá dentro de dos siglos quién es Cristóbal Montoro pero se seguirán recitando, entonces como hoy, los versos de Alberti o Caballero Bonald. La devoción del autor por su periódico desvirtúa para él la frase de Eduardo San Martín: “También hay vida fuera de El País”. Para Juan Cruz, no; para Juan Cruz, el canto de que en este mundo raro se empieza siempre llorando y así llorando se acaba, no es verdad. Todavía quedan por recolectar en El País, según él, muchas cosechas de esperanza.