Image: “Era mal actor, incluso peor que Grace Kelly”

Image: “Era mal actor, incluso peor que Grace Kelly”

Primera palabra

"Era mal actor, incluso peor que Grace Kelly"

12 julio, 2013 02:00

Nada más ilusionante para los periodistas jóvenes de los años sesenta, durante la turbia dictadura, que entrevistar al ciudadano Kane. A mí me citó Orson Welles en un hotel madrileño y se mostró prepotente, ostentoso y enorme. Movía su gordura con ligereza. Tenía las cejas impertinentes, clavos en los ojos y la voz pedernal. Agitaba la mano izquierda como si fuera una muleta para lidiar al natural. Me gustó poco el genio, la verdad. Dijo vulgaridades sobre los toros y también sobre Ordóñez y Dominguín. Era en todo caso un personaje que vivía instalado en el desdén.

Ahora, unas grabaciones inéditas, resumidas por Federico Marín, le han devuelto a la actualidad, acentuada por el capítulo y las numerosas alusiones que José Luis Garci, el sabio del cine español, le dedica en su libro Noir. Según Welles, Richard Burton era “un chiste casado con una famosa” que “trabaja por dinero y hace la peor mierda”.

Está claro que el director de La dama de Sanghai envidiaba a Charles Chaplin, al que tuve la suerte de conocer en un almuerzo en casa de la Reina Victoria en Lausana. Asegura que era arrogante. A mí me pareció un genio sencillo y discreto, lejano a la presunción, la arrogancia y la prepotencia. Orson Welles crucifica a Grace Kelly, con no poca injusticia. Para mostrar su desprecio por ella dice: “James Stewart era muy mal actor, incluso peor que Grace Kelly”. Alfred Hitchcock, por otra parte, le irrita y juzga algunas de sus películas como las peores, entre las que él había visto.

A Bette Davis, el director de El proceso, la cinta que penetra en Franz Kafka, no la podía ni ver. La odiaba y le parecía despreciable. Tampoco se libra el gran Laurence Olivier que era un “estúpido” ni Humphrey Bogart del que solo reconoce su habilidad para “buscar peleas en los bares”. De Joan Fontaine se carcajea: “Tenía dos expresiones, eso es todo”. Y a Spencer Tracy le considera un ser odioso.

Los amigos de Orson Welles, por otra parte, debían ser medio tontos pues asegura que llevaba a Marilyn Monroe, joven, a las fiestas y “no la miraba nadie”. ¡Qué cosas!

Entre tanto orgullo, tan desquiciada envidia, tantos vulgares despropósitos, sería absurdo no reconocer el talento de Orson Welles como actor en una treintena de películas. Los temblores finales en El tercer hombre todavía se consideran insuperables. Y sobre todo, aunque a él le hubiera gustado ser pintor y no pasó de la mediocridad, habrá que reconocer su calidad como director. Figura con justicia entre los grandes. A mí no me gustó su Don Quijote, terminado por Jesús Franco, pero habrá que convenir que en las veinte películas por él dirigidas, destaca la mano del maestro. Macbeth y Otelo son un prodigio y Campanadas a medianoche y Una historia inmortal han quedado para la historia del cine.

José Luis Garci, en su nuevo y gran libro, Noir, y Federico Marín me han devuelto a la memoria la imagen de Orson Welles. Si en la entrevista periodística que le hice me reventó su prepotencia, al leer ahora las palabras con que obsequia a sus compañeros se ha acentuado mi idea de que la calidad artística, incluso la genialidad, poco tienen que ver con el sentido humano y el respeto a los demás.

ZIGZAG

Carlos G. Reigosa, con una decena de novelas de éxito a las espaldas y una carga sustancial de experiencia periodística, ha publicado un libro, La Galicia mágica de García Márquez, imprescindible para cuantos quieran bucear en la vida del autor de Cien años de soledad. Reigosa ha pegado la nariz al suelo y ha perseguido las huellas fugitivas de un viaje de García Márquez a Galicia en busca del pasado perdido. El amor a la tierra gallega impregna el nuevo libro de Reigosa. Para él, Gabriel García Márquez “escribió siempre al dictado formal de su abuela gallega”. Excelente trabajo de investigación.