Alejandra Varela es una mujer inteligente, rotunda en sus juicios, rahez en el lenguaje, delicada en los gestos, sagaz para la investigación. Alejandra -Lex para los amigos- tiene los ojos de color pizarra y está orgullosa de su condición lésbica, con remembranzas a los poemas de Emily Dickinson y al pensamiento de Safo. Quiere hasta la extenuación a Lita, una grafitera del amor en vilo, que firma Espuma y que muere de forma desgraciada.
Lorenzo Biscarrúes es un tiburón financiero. Su hijo David, grafitero de vocación, adolescente rebelde, pierde la vida en un ejercicio al que le incita Sniper. El padre jura vengarse.
Sniper, como Rebeca, como el Charlie de una serie célebre de televisión, está presente, pero casi siempre oculto, en las páginas de El francotirador paciente, la última novela de Arturo Pérez-Reverte. Sniper es el sumo pontífice del grafiti español. Se mantiene en la sombra pero su tag, su firma, aparece en los muros inaccesibles y en las chapas rojas, los vagones del metro, end to end, tope a tope, y top to bottom, de arriba abajo. Apenas necesita stencils, plantillas para pintar sus mensajes provocadores con aerosoles de boquilla fat cap. Sus bombings, sus bombardeos, se han hecho célebres. Sniper protege a los novatos, los chichotes vomitadores y los encandila con sus zacas y sus calacas, con sus poscas y su feroz independencia. Ha renunciado a los contratos millonarios que le ofrecen los galeristas porque el grafiti, si es legal, no es grafiti. Para Sniper el aerosol tiene el mejor olor del mundo. Disfruta con él. Le encanta, además, la provocación de los grafiteros adolescentes como AKTJ (Adivina quién te jode). Se enseñorea de Lisboa y de Verona. Y ante él se desgranan los grafitis de la provocación: Apartem os rosarios de nossos ovarios o Vomito sul vostro sporco cuore. Cada grafitero recibirá de Sniper su cuota de apocalipsis, la carcajada del francotirador paciente, que se recrea en el Ensayo sobre la ceguera de Saramago.
Lex escudriña España, Portugal e Italia en busca del Sniper evanescente. Como en un relato de aventuras al fin encuentra al fugitivo. Conversa a fondo con él. El francotirador solitario cree que el arte es una cosa muerta, mientras que el grafiti está vivo. Frente al escritor de paredes, los pintores que exponen son gentes sometidas al sistema, dispuestos a “vender su culo” por dinero. El arte actual es un fraude gigantesco. Objetos sin valor sobrevalorados por idiotas y por tenderos de élite que se llaman galeristas con sus cómplices a sueldo, que son los medios y los críticos influyentes que pueden encumbrar a cualquiera o destruirlo. El grafiti es un disparo asocial, la obra de arte más honrada porque se ha evadido de la perversión del mercado. Las calles son su lienzo. Los griegos marcaron la armonía, los impresionistas descompusieron la luz, los futuristas fijaron el movimiento, Picasso hizo la síntesis de lo múltiple. Sniper rechaza ser contratado junto a Anselm Kiefer, el pintor neoexpresionista alemán; Damien Hirst, el artista británico de los YBAs; Jeff Koons, el pintor kitsch de Pensilvania; Cynthia Sherman, la fotógrafa enervante de Nueva Jersey; Julian Schnabel, el pintor judío de Nueva York; y la brasileña Beatriz Milhazes, que pinta acrílicos, al estilo de Tunga que arrojaba cabezas de mujer al mar para plantar sirenas, que vértigo provocan como provoca vértigo la boca de Linda Van Boren y los cuerpos yacentes de Tunick… Sniper subraya ante Lex lo que significa Beuys y su Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta, con miel sobre la cabeza y pan de oro en las orejas.
-Yo no busco denunciar las contradicciones de nuestro tiempo -afirma el pontífice grafitero-. Yo busco destruir nuestro tiempo.
En El francotirador paciente está el mejor Pérez-Reverte. Su escritura es bella y eficaz, articulada sobre frases cortas, con asombroso dominio del idioma, la adjetivación escasa y la metáfora certera, el aliento azoriniano al fondo. Con todo, lo más sobresaliente de Pérez-Reverte es su maestría al construir la novela. Domina los resortes de la fabulación, los misterios todos del tejido literario. Es un arquitecto de la novela.
Y en El francotirador paciente encuentra también la fórmula para sorprender al lector con un final inesperado y cruel. Los sectarios y cicateros podrán decir lo que quieran frente al juicio de los lectores, cada vez más numerosos, que han señalado en Pérez-Reverte la verdad literaria: estamos ante un novelista auténtico, uno de los más grandes surgidos en las últimas décadas.