Gregorio Marañón acertó plenamente al jugar el órdago Mortier. Con el belga impertinente desencadenó un ciclón sobre el Teatro Real. El gran coliseo laguindecía. La tensión, el debate, la pasión, la contradicción generacional, se habían difuminado entre los aficionados a la ópera, que es el mayor espectáculo del mundo. Desde el siglo XVIII, la polémica, a veces insana, ha presidido la gestión de los grandes teatros europeos de ópera. Gerard Mortier devolvió al Real y a la afición madrileña la imprescindible zozobra. Instaló de nuevo a la ópera en el centro neurálgico de la cultura madrileña. Al cabo de unos meses, quedó claro el acierto de Marañón y así lo reconoció el aficionado moderno y sagaz.
Una circunstancia inesperada -y tal vez no solo una- apartó a Mortier del cargo. Gregorio Marañón actuó con celeridad y convocó a la dirección artística del Teatro Real a Juan Matabosch. Desde mi punto de vista, era el sucesor más adecuado a las necesidades del Real y también a la gestión de Mortier. La cultura de Matabosch se extiende más allá de la música. Tiene la formación del humanista. Es hombre, además, que une al talento artístico una extraordinaria capacidad para suscitar entusiasmo. Está siempre dispuesto al diálogo y le distingue la sencillez de trato y la ausencia de presunción. Rinde culto a la eficacia en el trabajo. Huye de los oropeles y de los fuegos artificiales. Prefiere la brasa permanente y, tal vez por eso, se ha evadido siempre del divismo o el fulgor del estrellato.
“No tengo la más mínima intención de proclamar mi voluntad de enseñar al Real lo que debe ser la ópera, porque esto supondría una vanidad, un egocentrismo y una petulancia que provocarían hilaridad...” En esta frase se condensa el talante del nuevo director artístico del coliseo madrileño. Matabosch ha añadido de forma inteligente: “Gerard Mortier será tan discutido como se quiera pero su contribución al perfil artístico actual del Teatro es incuestionable. Sería irresponsable malbaratar su legado”.
Juan Matabosh es español y, lógicamente, no desdeñará las voces que surjan en nuestra nación. España cuenta por cierto con el mejor tenor de la historia, Plácido Domingo, considerado internacionalmente por encima de Caruso, de Pavarotti, de Gigli. Mortier estaba condicionado por su propia biografía y tenía preferencias lógicas y, por cierto, bien fundamentadas. Matabosch sabrá enfrentarse con el problema atendiendo a la preocupación de los profesionales y los aficionados a la ópera. “La programación del Real -ha dicho- debe nutrirse de las grandes voces de mérito internacional, de las mejores, de los grandes cantantes. Pero, al mismo tiempo, una de sus funciones debe ser acoger las voces españolas. Aún más, incluso debemos potenciar sus carreras y contribuir a que se consoliden en el mercado internacional”.
Juan Matabosch tiene la suerte de proceder del periodismo. Tengo motivos para afirmar que su experiencia en la profesión fue altamente aleccionadora para él. Se granjeó, por cierto, el afecto y la admiración de sus compañeros. Lleva largos años en la dirección artística de teatros de ópera y yo apuesto a que triunfará en el desafío del Real. La verdadera, la profunda, la singular afición de Madrid encontrará en Juan Matabosch, a pesar de unos presupuestos recortados, el aliento de continuidad y de innovación que la cultura musical exige, moviéndose entre la tradición y la vanguardia.
Matabosch cree, como Beethoven, que la música es una revelación más alta que la filosofía. Allí donde la poesía se de- tiene comienza la música. Así lo expresó Schopenhauer. La música se anticipó muchos siglos a la globalización con su lenguaje universal. Matabosch ha empezado ya a estrujar la ópera en el Teatro Real. Estoy seguro de que alcanzará el éxito.
ZIGZAG
Voy todas las semanas al teatro pero leo poco teatro. He hecho una excepción con El barbero de Picasso, de Borja Ortiz de Gondra. Es una comedia divertida y sagaz. Los diálogos entre el peluquero Arias, independiente y crítico, y el genio de la pintura no tienen desperdicio. He disfrutado leyendo la obra de Ortiz de Gondra, que es uno de los autores destacados de la escena española actual.