Se trata de un ejercicio para la investigación sociológica. ¿Cuántos españoles y españolas escriben y publican poesía? Ante el centenar de revistas líricas que desde toda España llegan cada mes a mi despacho, tal vez el número de escritores que imprimen sus versos exceda la cifra de diez mil. Cuando el ABC verdadero abrió una página titulada “...y poesía cada día”, agobiaba el alud de aspirantes a figurar en ella.

Jorge de Arco ha sido para mí un descubrimiento. Estuve en el jurado que le concedió el premio José Zorrilla. Su libro Las horas sumergidas se impuso sin dificultad sobre las muchas decenas de competidores. En Jorge de Arco hay un poeta auténtico, que tiembla de aliento lírico y se robustece en la originalidad de la adjetivación y la metáfora.

Me complace reiterar ahora lo que afirmé al prologar sus trabajos y sus días, sus horas sumergidas, porque “las palabras se le pierden en la región más árida del sueño. Quiere posar los labios sobre los azules túneles del olvido, pero no puede, pero no puede, igual que la paloma de Rafael Alberti. El poeta anhela a la amada desnuda y libre como un invierno entre las llamas. Es una espada que afila la memoria y que desciende por las ramas de la noche. Se tropieza con ella en la arboleda de los gozos y siente su corazón esquivo. Derrama entonces en la garganta de la amada las sílabas de sus versos y aspira a sentir el tacto de sus manos, el barro de su vientre. Bebe en la fuente inmensa de sus ojos verdes y sobre sus pies descalzos enciende la vigilia de una hoguera. Le espera, sin embargo, el abismo fugaz, el perenne deseo, la esperanza del idilio enmudecido. Un remoto escalofrío le cerca junto al hielo de la noche. Anhela los labios de la amada inmóvil pero el milagro desierto de su boca se torna oscuridad en su garganta. Asciende por última vez las empinadas cuestas de la memoria y se le agolpan los versos de Pablo Neruda: “Yo soy el que te espera en la estrellada noche, sobre las áureas playas, sobre las rubias eras, el que cortó jacintos para tu lecho, y rosas, tendido entre las hierbas yo soy el que te espera”.

“Hacia el sur se dirigen los vencejos, los siglos más hermosos de la infancia del poeta, el tacto ardiente y julio de la cal, el río incesante por donde un día navegó su sangre. Le resbalan ya entre los dedos las horas sumergidas, la desmesura del cielo, la esperanza ávida del mañana que no llega, porque no todo está perdido en la aventura del amor”.

Con los versos de Jorge de Arco, con sus metáforas y sus hallazgos, he redactado esta Primera Palabra. “"Diciembre está brotando de tus ojos”, escribe el poeta. “Diciembre está lloviendo de mis dedos”. Y se compara con el ciervo que un día perdiera entre la fronda “sus ojos y sus astas”, para “comer en la mano del hombre semillas y cerezas”. Como nacemos condenados a muerte, según la desgarrada imagen de Buero Vallejo, el poeta escribe: “Y cuando nuevamente me pare a contemplar el rumor de la nieve en mis pupilas, sabré por qué mi cuerpo se habrá tornado pálido confín, dulce mortaja, indecible caudal por donde un día fluyó mi duda y navegó mi sangre”. Se le hielan los labios y la pluma al autor de Las horas sumergidas y termina por tomar el dedo del invierno, “ese que escribe con ceniza y sueño lo que volveré a ser, cuando él lo quiera”.

ZIGZAG

El amor, la realidad, la amistad, el honor, la muerte y la creación se pelean en este libro de relatos, Duelos, que Víctor Charneco ha redactado con una escritura translúcida, bien equipado de expresiones originales. La relación entre la puta de la calle canalla y el maestro indeciso destaca, tal

vez, sobre el resto de las historias desarrolladas con nervio hasta la desembocadura final. Excelente el poema La voz prestada que cierra este libro sorprendente y atractivo: “Y en la bodega fermenta un vino de mil sangres, nacido de uvas doradas, sedosas, pacientes, venidas de labios virginales y amigos fieles, con gusto de atardecidas y luces otoñales”.