Image: La cultura en el desván

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Primera palabra

La cultura en el desván

6 junio, 2014 00:00

José María Aznar pugnó bravamente para que el águila real de la economía española se posara sobre el nido de las ocho naciones más poderosas del mundo. No lo consiguió. Su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero, de ocurrencia en ocurrencia y tiro porque me toca, convirtió nuestro país en un cuco al borde del rescate y la quiebra técnica. Superado el trance, tal vez no sea exagerado afirmar que España se mueve todavía entre las quince potencias económicas del mundo. Nos hemos situado además a la cabeza del turismo vacacional. En el entorno de sesenta millones de personas eligen nuestro país para descansar o divertirse. Merkel I de España y V de Alemania, que manda ya más que Hitler, cuenta con el virreinato de España para consolidar el nuevo imperio germánico, el IV Reich que está superando sin disparar un tiro la vergüenza de Versalles en 1918 y la rendición sin condiciones en 1945, que partió en dos el alma y el territorio alemán.

Si los entusiastas nos sitúan como potencia económica entre los puestos once y quince del mundo, culturalmente nos movemos en el primer pelotón de cabeza. Nadie regatea a España ese lugar y si habláramos no de la cultura española sino de la cultura en español podríamos contemplar incluso el esplendor en la hierba. El conjunto de la cultura iberoamericana pugna con la cultura sajona por el primer lugar del mundo, por encima de la cultura sínica y lejos ya la cultura eslava y no digamos la francesa.

Se nos ocurre hacer esta reflexión para subrayar ante el lector que a lo largo de la tediosa campaña de las elecciones europeas ni Arias Cañete ni Elena Valenciano ni Cayo Lara ni el emergente Pablo Iglesias ni los otros líderes de pitiminí han hecho alusiones a la cultura y a la política que en este ámbito capital se debe potenciar en Europa. Todo se ha quedado en la voracidad partidista, la temblorosa mediocridad, la invectiva personal, el planteamiento aldeano, la propuesta exangüe. Nuestros partidos han convertido la política en la vieja puta que zorrea la calle canalla busconeando a los engañados y a los ilusos para favorecer el trato. El rechazo a los políticos es de tan grueso calibre que cuando la gente descubre al ministro de Cultura en el barrio más suntuoso de Madrid comprando en un establecimiento pijo de la calle Serrano prorrumpe en abucheos e improperios.

El dinero que los políticos obtienen sangrando hasta la hemorragia al ciudadano no se destina al bienestar general sino a engrosar las alcancías de los partidos y, en ocasiones, los bolsillos insaciables de la corrupción. Y por supuesto, la cultura directamente al desván. Los escritores, los filósofos, los artistas plásticos, los músicos, los cineastas, los científicos, los actores, las actrices se debaten solos para mantener a España en el puesto de privilegio que culturalmente ocupamos en el mundo. Dentro de doscientos años todo el mundo se acordará de Picasso o de Lorca y nadie sabrá quién es Elena Salgado o Cristóbal Montoro. Salvo los especialistas ¿quién recuerda el nombre de los ministros de Hacienda de tiempos de Cervantes o de Velázquez? Pero de Cervantes o de Velázquez se sigue y se seguirá hablando indefinidamente incluso en las conversaciones más populares.

La cultura profunda española e iberoamericana, la cultura en español, al margen de cejas circunflejas o manifestaciones oportunistas, ahí está para satisfacción nacional, indiferente a los que prescinden de ella, a esos políticos cicateros y de pico conirrostro que la han relegado al zaquizamí de la vida nacional.

ZIGZAG

Me recita Isabel Mingote un verso de Luis Camões: Amor es fuego que arde sin arder. Me parece claro que ese poema es el antecedente de uno de los grandes sonetos de Quevedo: Definiendo el amor. Aparte de otras identidades, escribe Camões que el amor “es andar solitario entre la gente” y Quevedo que es “un andar solitario entre la gente”. No soy el primero que ha detectado la inspiración de nuestro poeta en Camões, el escritor profundo que llegó a escribir: “Castellanos y portugueses, porque españoles lo somos todos”.