A galope tendido sobre la actualidad, Nieves Herrero ha escrito un libro que ofrece al lector las claves de la abdicación de Juan Carlos I. La ley que sancionaba la retirada del Rey y la sucesión en Felipe VI fue aprobada por el 86% del Congreso de los Diputados y por el 90% del Senado, que representan la voluntad general del pueblo español y la soberanía nacional. Ambas Cámaras, puestos los diputados y senadores en pie, aplaudieron largamente el discurso del nuevo Rey. Funcionó, tal vez por última vez, el espíritu de la Transición y, conforme al pacto de Estado establecido en 1978, los dos grandes partidos que representan al centro derecha y al centro izquierda consolidaron la estabilidad española.
Al frente de un equipo formado por Almudena Arteaga, Fernando Jáuregui, Elsa González, Constantino Mediavilla, José Ramón Pin, Jesús Sánchez y Jesús Hermida, la reconocida periodista Nieves Herrero proporciona a los lectores el entendimiento de la magna operación política que ha supuesto la sucesión ordenada en la jefatura del Estado.
Quedan algunos flecos por escudriñar, claro. Pero, en conjunto, lo que ha pasado es lo que reflejan Nieves Herrero y su equipo de colaboradores. Alguien hablará de oportunismo al referirse a este libro Yo abdico, pero está claro que en el futuro será de obligada referencia para los historiadores que estudien el entorno de la abdicación del hijo de Juan III y padre de Felipe VI.
Tras la tragedia sin límites de la guerra incivil española, dos familias -los Mombiela y los Abadía- se reencuentran en Madrid, procedentes de un pequeño pueblo de Teruel. Un crimen de fondo y la investigación detectivesca que origina permiten a Carlos Mora profundizar en la condición humana. El autor hace sangrar las heridas todavía sin cicatrizar de la guerra hasta enganchar al lector en una historia bien articulada y mejor escrita. Con un equipaje cultural de primer orden, Carlos Mora, todavía joven pero no en agraz, demuestra en Abadía y Mombiela sus condiciones de narrador y su capacidad para la fabulación y el ritmo literario, a veces trepidante, siempre cautivador. El novelista no solo ha escrito la historia de dos familias zarandeadas por la guerra incivil sino un relato que invita a la reflexión sobre lo que no debe volver a suceder en la historia de España cuando amenazan caer otra vez ensangrentadas las hojas que atormentaron a una generación. Hay memorias históricas distintas a la revancha.
Cátedra ha publicado una antología de la poesía china desde el siglo XI a.C. al XX. Cuarta edición ya. Los expertos han juzgado la traducción de Guojian Chen como impecable.
El Shiding recopila 305 poemas en el origen de la poesía china, que se anticipa en tres centurias a Homero y en cinco al Ramayana indio. En China, los emperadores de las diversas dinastías, con mención especial para la Tang, se volcaron en favor de la poesía y muchos de ellos con mayor o menor acierto escribieron poemas y se rindieron a la creación lírica. He echado de menos que en el siglo XX junto a nombres indiscutibles como Kuo Mo Jo o el inmenso Ai Tsing, no figure Mao Tse-tung. Su poesía política es discutible pero los Poemas de la Tierra y del Viento me parecen excelentes.
Javier Villán se ha hecho caritativo y en su Madrid canalla cuenta historias interesantes del Café Gijón sin hurgar en las heridas ni hacer sangre. Durante los años de la dictadura, los gijoneros eran en su inmensa mayoría escritores mediocres y provincianos que acudían a Madrid para exhibir sus miserias. La literatura de calidad estaba en otro sitio.
Sería injusto generalizar. A las mareas tertulianas del Gijón acudían también escritores de calidad, entre ellos García Nieto, Gerardo Diego, Buero Vallejo y el jovencísimo Umbral, una de las plumas grandes del siglo XX. Predominaba en todo caso la cutrez y la mugre, la desmedida vanidad y la picaresca incandescente.
Javier Villán es un nombre indiscutido por su calidad en la crítica teatral y en la crónica taurina. Es también uno de los poetas destacados de la realidad lírica española. Le quema el tacto salobre y desahuciado por las ventanas de la piel. Desde la nube oscura de herrumbre y de ceniza, Villán esgrime en Memoria de insomnios su cerbatana y se entristece ante el cimbel caído, ayer tanta arrogancia y cabalgada.