En el mito de la caverna de Platón, tan inteligentemente desmenuzado por Emilio Lledó, personas encadenadas de espaldas a la luz llegan a creer que las sombras que ven proyectadas sobre la pared son entes que existen. No pocos de nuestros periodistas omnicompetentes, que saben de todo y pontifican sobre todo, no han visto la luz cierta de la información sino las sombras de ella agitadas sobre la pared. Eso está distorsionando de manera muy grave en España la formación de la opinión pública.

La situación límite se agrava más cuando la desinformación solivianta a algunos políticos. Manuel Fraga, por ejemplo, tenía una preparación excepcional. La justicia exige reconocerlo así. Pero creía que lo sabía todo, decidía con suficiencia sobre todo y se equivocaba en demasiadas ocasiones. El político es la autoridad que llama a la competencia. Su victoria en las urnas le permite, para no equivocarse, convocar a quien sabe y decidir después de escuchar al competente. Muchos políticos peor preparados que Fraga acertaron en más ocasiones, porque llamaron a quien sabía.

El periodista sólidamente formado, libre además de prejuicios y estereotipos, como ha explicado Ronald Steel, se retira prudentemente de opinar cuando se plantean asuntos fuera de su conocimiento. El periodista omnicompetente habla con suficiencia lo mismo de la crisis siria que de los despropósitos de la presidenta argentina, del tenis de Murray, de la pintura de Barceló, de la física cuántica, del cine de Trueba o del bosón de Higgs. Nada escapa a su conocimiento ni a la estupidez de muchas de sus opiniones. Walter Lipmann, tal vez el mejor columnista de todos los tiempos, huía de las palabras malabares, de las alusiones virtuales a la Historia y de opinar sobre lo que desconocía.

En España hemos creado en los últimos años al periodista onmicompetente que escribe o habla, entre sombras chinescas o platónicas, y que contribuye a deformar las corrientes de opinión pública. No se informa primero y enjuicia después, sino que define ex cátedra y luego adorna su juicio con una información sesgada o voluntarista.

No, no existen los periodistas omnicompetentes. Ni los políticos omnicompetentes. Ni tampoco el ciudadano medio posee capacidad para saberlo todo y por eso la democracia pluralista plena debe tener conciencia de la claridad con la que es necesario plantear las cosas para que el elector pueda acceder al voto con conocimiento de causa. El periodista omnicompetente, el político omnicompetente se lo están poniendo cada vez más difícil. La ignorancia se hace día a día más supina, el desconocimiento más atroz, la osadía más significativa.

Como consecuencia de todo esto, una parte al menos de los periodistas omnicompetentes han impuesto en España no ya el periodismo del rumor y del bulo sino el periodismo de la insidia. Durante la dictadura la información era una serpiente oculta que se deslizaba entre incesantes rumores. La democracia española, a diferencia de la británica, no ha sabido salirse del patio de vecindad ni de la erudición a la violeta y contribuye en grado creciente a deformar a la opinión pública.

ZIGZAG

Albert Boadella se cachondeó del Gobierno Rajoy revelando que en España el porno duro paga el 3% del IVA mientras que para asistir a una comedia de Lope de Vega es necesario satisfacer el 21% como alimento de las fauces montóricas. La acracia que preside la actividad cultural hace muy difícil que se produzca una acción coordinada para impedir que el abuso del IVA se prorrogue en el presupuesto del próximo año 2015. Pero habrá que intentarlo. España figura entre las cinco potencias culturales del mundo y unida a Iberoamérica disputa la supremacía a las naciones sajonas. El desprecio olímpico del que hacen gala ciertos dirigentes políticos por las manifestaciones culturales, desde el teatro a la ciencia, es más que un despropósito. Es una descomunal

estupidez que emborrona la imagen de España.