En los años 50, cuando el ABC verdadero incorporaba a un periodista a su Redacción, el secretario general del periódico, Antonio Carrera le decía sin sorna al firmar el contrato: “Ha entrado usted en el Banco de España”. Y era verdad. La solidez económica de la Casa, su beneficio permanente, las cuentas saneadas, prolongaban, año tras año, una situación de prosperidad que consolidaba la independencia del primer diario de España. Y no solo se trataba de ABC. La inmensa mayoría de los periódicos españoles, de forma especial La Vanguardia de Barcelona, se forraban a ganar dinero. La cuenta de resultados del periodismo español se prolongó de forma favorable durante largos años.

España padece ahora un periodismo menesteroso. Excelente, pero menesteroso. Las deudas zarandean incluso a los más grandes. Y resulta muy difícil hacer periodismo independiente cuando hay que tender la mano para recibir la limosna de la publicidad institucional o los patrocinios de las grandes empresas.

Junto a la función esencial de informar, de administrar un derecho ajeno, el de los ciudadanos a la información, los periódicos impresos, hablados, audiovisuales o digitales tienen una segunda función también esencial: el ejercicio del contrapoder, es decir, elogiar al poder cuando el poder acierta, criticar al poder cuando el poder se equivoca, denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no se trata solo del poder político, también del poder económico, del poder religioso, del poder universitario, del poder cultural, del poder deportivo…

Las deudas de los grandes periódicos impresos son cada vez más alarmantes. Solo El Mundo se zafa, al menos en gran parte, de la situación porque, como ha explicado Antonio Fernández-Galiano, su deuda está contraída con la propia empresa que lo edita. El País, ABC, La Vanguardia están realizando una acertada gestión para sortear la crisis económica y retornar al beneficio económico pero su situación no es precisamente confortable.

De un periodismo potente se ha pasado en pocos años a un periodismo menesteroso con la mano pordiosera implorando recibir la dádiva. La calidad en la información y en el análisis parece cada vez más comprometida. La independencia de un medio de comunicación, salvo contadas excepciones, está en función del beneficio económico. Un periódico que no gane dinero, o que no tenga perspectivas ciertas de ganarlo, difícilmente podrá cumplir con las funciones que la profesión exige.

El periodista ha pasado de ser el chico de la Prensa al doctor en Ciencias de la Información. La Universidad dignificó el periodismo. La prosperidad económica lo hizo independiente. Medio centenar de Facultades de Ciencias de la Comunicación robustecen el futuro del periodismo español. Pero tal y como están las cosas ahora, en plena etapa de periodismo menesteroso, existe una válvula de escape para la independencia del profesional serio: internet. La nueva tecnología resulta en muchos aspectos incontrolable. Los blogs dispersos se han convertido en el reguero de los dioses de la información libre, en las catedrales electrónicas de la libertad de expresión. Kapuscinski dijo cuando recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que la Edad Contemporánea estaba superada. Que caminamos ya por la Edad Digital.

ZIGZAG

Un columnista habitualmente constructivo escribe en La Razón sobre el Diccionario de la Real Academia Española. “Me han extrañado voces y acepciones nuevas que no están todavía en la calle... Lo de “amigovio” es, sencillamente, una hueca y extravagante majadería”. Pues no. No es una majadería. Si el autor de la expresión se hubiera molestado en leer completo el vocablo se hubiera enterado de que es un término coloquial extendido en México, Nicaragua, Paraguay y Perú. España solo representa hoy al 10% de los hispanohablantes. Y ese término, “amigovio”, se ha incorporado certeramente al Diccionario porque es habitual en cuatro naciones iberoamericanas, con cerca de 170 millones de habitantes, cifra que multiplica por más de 3 a los de España.