En tiempos de la dictadura de Francisco Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios”, las serpientes del rumor se deslizaban entre las arenas del desierto nacional para sortear la censura que esterilizaba a los periódicos. La rumorología se convirtió en una ciencia para alguna publicación confidencial, pero sobre todo corría de patio de vecindad en patio de vecindad, de tertulia clandestina en tertulia clandestina, de reunión popular en reunión popular.Frente a la dictadura, el periodismo subterráneo se alimentaba con el rumor.

La democracia pluralista plena en la Monarquía de todos ha otorgado a España el periodo más consistente de toda nuestra Historia en materia de libertad de expresión. Sobre todo entre 1977 y 1985, los periodistas disfrutamos de independencia sin censura. Luego se nos vino encima lo que ocurre en todas o casi todas las democracias, como explicó en The New Yorker George Steiner, al reflexionar sobre las literaturas comparadas: los Bancos y las grandes empresas presionaron a las compañías periodísticas con la publicidad, incluso con la incorporación a sus accionariados. La clase política, por su parte, zarandeó la independencia de los periodistas con amenazas unas veces, con patrocinios otras, con presiones de todo tipo de forma permanente. Indro Montanelli nos habló, cuando recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, de que la censura a las claras de la dictadura fue sustituida en España como en Italia por otra más sutil y enmascarada. En todo caso, la situación de la libertad de expresión es hoy incomparablemente mejor que con el dictador Franco pero ya no es la que fue durante los primeros años de la Transición. No se trata de una opinión sino de una cuestión de hecho.

La libertad de expresión se ha deteriorado aún más, a través del antiperiodismo del bulo. Como cualquier ignorante puede convertirse en periodista, como cualquier indocumentado puede ocupar los espacios de la red, como cualquier cantamañanas puede sentarse en las butacas tertulianas de determinados programas audiviosuales del corazón, el ejercicio de la insidia se ha extendido por toda España. El rumor ha sido sustituido en incontables ocasiones por el bulo, es decir, por la propagación de una “noticia” a sabiendas de que es falsa pero que proporciona celebridad, dinero o presencia social.

Nadie o casi nadie se atreve a denunciar el antiperiodismo del bulo. La gente y también muchos profesionales tienen miedo a los alfiles del antiperiodismo porque a veces las insidias pueden resultar demoledoras. Y frente a los periodistas que rastrean la noticia como sabuesos, que la contrastan reiteradas veces y que luego la lanzan al vuelo del periódico impreso, hablado, audiovisual o digital, crecen los antiperiodistas que se inventan con el mayor descaro las “noticias”, desprestigiando la profesión además de hacer daño a personas, empresas o instituciones.

Como a algunas instancias periodísticas, sobre todo a ciertos canales de televisión, no les importa otra cosa que la audiencia, el antiperiodismo del bulo se siente protegido, cuando no ensalzado y estimulado. No es que yo crea que denunciar ese antiperiodismo va a terminar con él en la sociedad tábida y decadente en la que vivimos. Pero tras dedicar toda mi larga vida a la defensa de la libertad de expresión y a la dignidad de nuestra profesión no me sentiría satisfecho conmigo mismo si no denunciara la cizaña del antiperiodismo del bulo y de la insidia.

ZIGZAG

Los papeles de Barrabás es una interesante novela escrita por un destacado periodista de la nueva generación. Alberto Lardiés ha puesto su escritura ágil, sobria y eficaz al servicio de una bien organizada estructura novelística. Un policía retirado de tenaz ambición etílica y creciente escepticismo investiga por encargo el asesinato de un juez del Tribunal Supremo que le estaba buscando las cosquillas a un diputado poderoso. Lardiés desenmascara la realidad de la corrupción en España y sumerge al lector en los albañales de la putrefacción nacional. Excelente novela que enciende la atención del lector desde el principio hasta el final, sin tópicos ni lugares comunes. La vibración literaria en Los papeles de Barrabás es constante, robustecida por el instinto de la actualidad, consustancial al autor.