Federico García Lorca, que con El público se anticipó a Beckett, Artaud, Ionesco o Brecht, desdeñó a los autores que tienen “los ojos puestos en las pequeñas fauces de las taquillas”. El mal del teatro para el autor de Yerma eran algunas empresas “absolutamente comerciales”, ajenas a la calidad literaria. Ortega y Gasset publicó un ensayo esclarecedor sobre su idea del teatro en el que afirma que el éxito deriva de la conjunción del autor, los actores y el director. Estamos ante un género literario de exigencia plural. Lorca compartía esa idea pero se horrorizaba ante la voracidad económica de algunos empresarios que habían transformado el teatro en puro negocio. No han cambiado mucho las cosas, si bien las salas alternativas han desmedulado la presencia, en otros tiempos agobiante, del teatro comercial. Autores, actores, actrices y directores disponen hoy en Madrid de locales sin exigencias económicas para ofrecer al público obras de calidad intelectual y planteamientos de la más avanzada vanguardia.
“El teatro -escribía Lorca- es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la educación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su desmayo. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas desde la tragedia al vodevil puede cambiar en pocos años la sensibilidad de un pueblo y un teatro destrozado donde las pezuñas sustituyen a las alas puede achabacanar y adormecer una nación entera”.
Si Federico estuviera vivo sentiría hoy sobre la carne viva las pezuñas de ciertos culebrones de televisión que degradan la vida nacional. La pequeña pantalla ofrece en muchas ocasiones excelentes espacios, programas magníficos, formatos admirables. He defendido no pocas veces su calidad. Lope de Vega hubiera dedicado una parte de su fecundidad literaria a la televisión. Pero cuando los presidentes o directivos de ciertos canales audiovisuales solo piensan en el dinero o en el negocio, entonces impulsan con frenesí la basura más deleznable emporcando a la sociedad. El lector no necesita que le ponga ejemplos. Las pezuñas de las que hablaba Lorca al referirse a ciertos empresarios se han multiplicado de forma arrasadora en algunos canales de televisión. España, por razones fáciles de explicar, soporta día a día descargas audiovisuales que no buscan otra cosa que la audiencia y el dinero a costa de lo que sea y que en ocasiones arrasan el entendimiento vital de un sector cualificado de la ciudadanía.
“El teatro es una escuela de llanto y de risa -escribió el autor de los Sonetos del amor oscuro- donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas...” El verdadero teatro siempre ha sido un espejo colocado delante de la sociedad para reflejarla tal y como es en cada época.
Frente a la comercialización desmedida, frente a la voracidad de la taquilla, son muchos los promotores de teatro que en salas consagradas o en locales alternativos han convertido a la capital de España en una de las cinco grandes ciudades mundiales de la cultura junto a Nueva York, Londres, París y Buenos Aires. El teatro es el termómetro donde se mide la temperatura cultural de un pueblo.
La oferta teatral madrileña es, hoy por hoy, insuperable. Cada semana se representan 150 comedias diferentes. De asombro. Año tras año acuden al teatro en Madrid un millón de personas más que al fútbol, en los estadios de los cuatro equipos de Primera División con que cuenta la capital de España. La mayoría de los canales audiovisuales dedican en cada telediario varios minutos al fútbol y solo alguna alusión fugaz al teatro... una vez al mes. Tenía razón García Lorca cuando escribió: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto está moribundo; como un teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu con risa o con lágrimas no tiene derecho a llamarse teatro, si no sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama matar el tiempo”.