Juan Peñaranda lo sabe casi todo. Como es hombre prudente y cauteloso, en su nuevo libro Los servicios secretos de Carrero Blanco, solo cuenta el diez por ciento de lo que conoce. Aún así su relato mantiene un interés galopante a lo largo de las 300 páginas de la obra en la que explica los orígenes del actual Centro Nacional de Inteligencia. El almirante Carrero Blanco disponía de medio centenar de agentes. Mariano Rajoy, de los 3.500 que vertebran hoy el CNI, bajo la inteligente, la eficacísima dirección del general Félix Sanz.

Juan Peñaranda tiene una escritura sencilla, translúcida y eficaz. No oscurece nada ni a través de la adjetivación ni a través de la metáfora. Todo lo dice a las claras. Aparte su contenida admiración por Carrero, el autor recorre el camino de la Tercera Sección del Alto Estado Mayor para explicar minuciosamente la subversión en la Universidad, alzados los estudiantes contra la dictadura de Francisco Franco. El 24 de enero de 1969, el dictador firmó el Estado de Excepción. Su ministro de Información, Manuel Fraga Iribarne, restableció la censura previa que había suprimido en abril de 1966. Digo previa, porque censura siempre hubo durante la dictadura. Los servicios de inteligencia diseñaron las acciones contrasubversivas. Se creó la OCN, precursora del Servicio Central de Documentación (SECED). El proceso de Burgos, el caso Añoveros, los balbuceos etarras, la peripecia del coronel San Martín, el desarrollo de los servicios secretos desfilan por el relato de uno de los hombres que mejor conoció las postrimerías del franquismo.

Especialmente interesante es su análisis de la figura de José María Areilza, que estuvo al frente del Secretariado Político de Juan III y fue miembro de su Consejo Privado. Juan Peñaranda confunde ambos organismos y pone su error en boca de Areilza, el cual, por cierto, desmenuza al FRAP, desvela la mediocridad de Llopis, elogia a Castellanos y a Enrique Tierno Galván, pero no vislumbra que en el PSOE proscrito estaba surgiendo el hombre clave: Felipe González.

De Gregorio López Bravo a Torcuato Fernández Miranda, de Lacalle Leloup al cardenal Tarancón, de Matías Cortés a Pérez Escolar, los personajes de la época se desnudan diseccionados por el bisturí de Juan Peñaranda. No hay una línea de desperdicio en lo que ha escrito.

Estamos ante un libro imprescindible para entender los años finales de la dictadura, si bien los servicios de inteligencia no supieron impedir el asesinato del presidente del Gobierno Carrero Blanco. Eso no queda suficientemente explicado en el libro de Peñaranda. Sí queda claro, sin embargo, que los servicios secretos apostaban por la apertura. Carrero Blanco, no. Pero sus agentes que mantenían contactos con periodistas avezados, con las organizaciones políticas de juventud, con los testimonios extranjeros, se daban cuenta que, después de Franco, Juan Carlos tendría que abrir los portones de la libertad y que lo mejor era facilitar el camino hacia el futuro. Puede parecer esta una opinión interesada por parte de Peñaranda pero mis recuerdos de aquella época avalan lo que afirma el autor de Los servicios secretos de Carrero Blanco.

Personalmente espero con impaciencia su segundo libro si es que se decide a escribirlo. Juan Peñaranda tuvo una información exhaustiva sobre todo lo que ocurrió en los años de la Transición. La vivió entre la penumbra pero desde dentro. Su testimonio sobre el 23-F, por ejemplo, podría completar lo mucho que ha averiguado Jesús Palacios. Todavía la opinión pública desconoce el 30% de lo que se tejió en torno al intento de golpe de Estado, así como la actividad y la posición real del general Alfonso Armada, al que el Rey Juan Carlos consideró un traidor sin paliativos y no volvió a cruzar con él una palabra desde aquella fecha clave en la historia de la democracia española.