Image: María Angélica Bulnes

Image: María Angélica Bulnes

Primera palabra

María Angélica Bulnes

27 marzo, 2015 01:00

Tras largos meses de enfermedad, se fue ella, como en el verso de Vicente Aleixandre, a la región donde nada se olvida. Desde niña aprendió a sentir el dolor de los demás y escribía con palabras desconsoladas todavía sin cicatrizar. Era sencilla y espontánea. Era discreta y decidida. Era amable y seductora. Prefería comprender, no juzgar. Tenía luz en la frente y el gesto melancólico. Le gustaba la voz trémula de Cavafis y el Neruda que cortó jacintos para la amada, y rosas, el que esperaba siempre sobre las áureas playas, sobre las rubias eras. Se pasaba horas contemplando la abdicación del mar en la arena mientras veía caer las cenizas de la noche. Era una periodista alegre y divertida. Su sentido del humor no declinaba nunca. A veces tomaba del brazo a la mujer de Lot buscando salida al laberinto de la tristeza, al laberinto de la soledad. Desde hace dos años era ya un cansado río que se iba lentamente al mar. Hablé con ella hace unas semanas y poco después abrió sin una queja los portones de la muerte y se adentró en la oscura penumbra del más allá.

Con María Angélica Bulnes se ha perdido a una de las figuras relevantes del periodismo chileno. Tuvo éxito en la Prensa, en la Radio, en la Televisión. Dejó huella permanente de su sabiduría profesional y de su talento sin fisuras. La conocí en 1964 el mismo día que a Pablo Neruda, allá en el Chile de todas las nostalgias. Asistió a una conferencia que pronuncié en la Universidad y cuando se acercó para hacerme una pregunta se inició entre ella y yo una amistad que nunca declinó. Las discrepancias políticas tan exacerbadas en Chile no rebajaban la admiración de María Angélica Bulnes por el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Se interesó por mi primera visita a la casa de Pablo en Isla Negra donde compartimos versos con el poeta brasileño Thiago di Melo, con Alicia Eguren, autora de Aquí, entre magras espigas, con Inerma Codina que acababa de publicar Detrás del grito.

Mi relación con Pablo Neruda se prolongó hasta su muerte en 1973. Me siento orgulloso de aquella amistad. Pablo era una persona llena de humanidad. Unos días antes del septiembre trágico, me escribió una carta manuscrita. Estaba devastado físicamente pero terminaba diciéndome: “A ver si pasas por estos lados y nos damos una buena conversación. Tuyo siempre. Pablo Neruda”. Intervine años después como actor en la película rodada en Chile Neruda en Valparaíso, dirigida por Manuel Mateos, hombre de excepcional calidad humana. Me correspondió presentar la casa de Isla Negra, tan querida para mí, y reproducir aquellas tertulias literarias entre los espolones de proa, los amontonados libros y el eco marino de las sabias caracolas. Estaba allí Sara Vial, una excelente poeta con la que Pablo mantuvo amistad intensa, acentuada por los recelos de Matilde Urrutia, mi gran amiga.

Muerta Matilde, todavía joven, y gracias a la intervención del excepcional pintor José Caballero, María Angélica Bulnes me acompañó a conocer a Delia del Carril, mujer clave en la vida de Pablo, que tenía más de cien años, la memoria clara y el corazón en calma. Recordaré siempre a la gran periodista haciéndonos fotografías a escondidas. Luego, le encantaba a ella la larga conversación, el lento paseo, las apretadas manos. Tan sencilla, tan elegante siempre, inolvidada, inolvidable María Angélica. Como en el verso del poeta, tenía “la garganta llena de luz y viento de ayer entre los dedos”. Nunca se nos perdió en la fugacidad de la desmemoria. Le hervían las lágrimas ante los pesares del pueblo chileno y llevaba escrito en sus ojos encendidos “la desgracia de los otros que entró en mi carne”, al decir de Simone Weil, en su erizante ensayo Intuiciones precristianas.

La muerte de María Angélica Bulnes ha dejado en los que la queríamos una oquedad imposible de cubrir. Mi pluma, entre la niebla, se siente devastada y cerca, muy cerca del pensamiento que estremece: “Ya es la hora, ya todo terminó, ya somos tiempo”. Y como la muerte no es para mí el silencio de Dios, estoy seguro de que volveré a encontrarme con mi amiga desaparecida. Hasta pronto, María Angélica querida, hasta muy pronto.