Las norteamericanas Harvard y Stanford, las británicas Cambridge y Oxford, se encuentran entre las diez mejores universidades del mundo. La inteligencia española enrojece de vergüenza al leer el ranking de las cien primeras. No figura una sola universidad de nuestra nación. Hay que retroceder hasta el puesto 151 para encontrar un nombre español.

Desde el siglo XIII, varias universidades encabezadas por Salamanca y la Complutense han mantenido su consideración entre las primeras del mundo, disputando la antigüedad a los nombres cimeros de Europa. La historia universitaria española es un orgullo para nuestro país y ha habido periodos de especial relieve como el correspondiente al primer tercio del siglo pasado.

El alma mater de la vida nacional se caracteriza en todas las naciones serias por la excelencia. La universidad es antes que nada la continuidad de la ciencia. Cada generación hereda lo que han investigado en filosofía, en derecho, en filología, en periodismo, en medicina, en matemáticas, en física, las promociones anteriores y lega a las posteriores su propia investigación. Nada más lejano al espíritu universitario profundo que considerar la universidad como una fábrica de títulos que permita a los egresados encontrar trabajo y ganar dinero. La universidad es mucho más que eso. Ortega y Gasset lo explicó con palabras pedernales. "Este es el tesoro de donde proveo a mis reinos de justicia y de gobierno", dijo Carlos I de España y V de Alemania tras visitar la Universidad de Salamanca en 1536. "La madre Universidad, naturaleza del alma", escribió Lope de Vega.

¿Qué es lo que ha pasado para que la nación que estuvo a la cabeza de Europa desde el siglo XIII con varias universidades de indiscutido prestigio haya quedado preterida actualmente de forma tan vergonzosa? Hay diversos factores que se podrían señalar, pero uno de ellos predomina sobre todos: la sindicalización. La universidad española se ha igualado por el suelo y ha desahuciado la excelencia. No se puede excluir de la responsabilidad a algún partido político que incidió en la política universitaria potenciando la acción sindical. Y ahí están los resultados. Las centrales sindicales saben que, sobre todo en las empresas públicas, tienen especial capacidad para el control y el mangoneo. La iniciativa privada se resiste a la sindicalización por razones obvias.

Algunas universidades públicas españolas están sindicalizadas hasta la náusea. Se han establecido raseros igualitarios que han degradado la enseñanza y han borrado la excelencia. En la vida nacional está claro que, de cara a elecciones generales, autonómicas o municipales, cada hombre, cada mujer, vale un voto. En la vida universitaria, no. Un catedrático no puede depender en el ejercicio de su función del voto de la señora de la limpieza, afirmando por supuesto la dignidad y los derechos como ciudadano de quien ejerce ese oficio.

Ni una universidad española, en fin, entre las 150 primeras del mundo. Históricamente figuramos entre los cinco países destacados de Europa por tradición universitaria. Aún más. A los pocos años del descubrimiento de América, los españoles ya habían puesto en marcha universidades en Santo Domingo, en México o en Lima, que todavía subsisten. Entre las muchas miserias de la vida política española actual, caracterizada por la inepcia, también por la corrupción, tal vez no haya nada tan grave, por su profunda significación para el futuro de la nación, como la mediocridad de nuestra universidad sindicalizada y disminuida.

Zigzag

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