- ¿Qué te ha gustado de Monterroso, querida ministra? -preguntó la directora del periódico en la amable sobremesa de unos premios literarios.
- La verdad es que todo. Es un gran escritor. Qué gran capacidad de fabulación. Todo en él me interesa -respondió la ministra de Cultura.
- ¿Te habrá divertido leer El dinosaurio?
- Precisamente estoy leyéndolo ahora, pero con tantas ocupaciones y compromisos, he reservado el fin de semana para terminar de leerlo.
El dinosaurio es el cuento más corto de la Historia de la Literatura. Dice así: "El dinosaurio. Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí".
Hace unos días, en una tertulia literaria con predominio de pedantes y eruditos a la violeta, amén de un cursi irredento, el crítico célebre que lo sabe todo, desdeñó olímpicamente la literatura oriental y se refirió de pasada al Manas como un breve poema deleznable. Me quedé atónito, callé como un puto y recordé el placer que me produjo hace ya muchos años leer, trabajar y escribir sobre el Manas.
Manas es un militar patriota que "cuando nació, sus manos estaban plenas de sangre" y que guerreó contra los hunos, contra Khaganati, el gran turco, contra Kara-Kytays y los mongoles, contra Kalmaks y los manchúes. En el Manas, versión de Sagymbay Karalyev, se citan 113 estados, naciones y tribus, 530 ciudades, infinidad de montañas y ríos de Europa, Asia y África. Kirguizia, acosada después por los rusos, los cosacos y los soviéticos, es un admirable esfuerzo histórico de independencia que se sintetiza en este poema épico excepcional, comparable en calidad poética al Mahabarata, al Ramayana, al Shak persa o al Kim van Kieu annamita. Mientras la Iliada tiene 15.693 versos y la Odisea 12.110, el Manas sobrepasa el medio millón. Es una gigantesca obra literaria, a la que el crítico y científico Vallkhanor llamó La Iliada de las estepas, una historia fantaseada como Roncesvalles o nuestro Cid. No falta la lucha entre dos gigantes, Kushoi y Juloi; ni una doncella guerrera, Saikal; ni el combate épico contra Kongurbai ni la generosidad de Almambet, el amigo, ni la boda de Manas con Kanykei, hija del Khan, ni la aniquilación a manos del héroe de cuatrocientos Kalmaks, que exterminaron a los ancianos kirguisos, despedazaron a los niños y violaron y secuestraron a las mujeres. Según el gran experto y traductor Walter May, hay diferencias considerables, algunas motivadas por la tradición oral de padres a hijos, entre la versión de Karalyev y las de Orozbakov, Irismendiev y Abdrakhmanov.
El Manas no termina con la muerte de Manas. Es una saga. La segunda parte está dedicada al hijo del general, Samiatey, que prosigue su lucha contra los invasores extranjeros y la tercera, a su nieto Seitek, con algunas canciones admirables en las que se exalta el valor y el ansia de libertad y que a mí me recuerdan al Kim van Kieu, el poema de Nguyen Du que es un clamor de guerra y amor por la independencia annamita frente al invasor chino. Ni los japoneses ni los franceses ni los americanos que invadieron posteriormente Vietnam tenían una idea de la capacidad del pueblo annamita para la independencia. Los militares suelen despreciar la literatura que es donde está la clave de todo.
Pues sí, leí el Manas kirguiso -una parte, no entero- en las ediciones que me enviaron Mayor Zaragoza e Inocencio Arias, durante el estiaje. Algún lector de Primera palabra pensará: “¡Qué cosas lee este Anson durante el verano!”. Pues no es una locura, no. En España, solemos despreciar lo que ignoramos, conforme el entristecido y turbio Antonio Machado. Yo no conocía la existencia de Manas. Pero nunca he despreciado lo que desconozco. La UNESCO declaró 1995, El año de Manas, al cumplirse su milenario, reconociendo así con toda justicia el hito literario que el poema significa en el Asia histórica.