Image: Álvaro Delgado, la hermosa desnudez de la imagen de Dios

Image: Álvaro Delgado, la hermosa desnudez de la imagen de Dios

Primera palabra

Álvaro Delgado, la hermosa desnudez de la imagen de Dios

9 octubre, 2015 02:00

Tomás Paredes ha puesto un prólogo sagaz al catálogo de la exposición de Álvaro Delgado en la Sala Pimentel de Valladolid. Pocos críticos conocen tan a fondo la dimensión artística del pintor madrileño, de su búsqueda constante del sentido de la vida y de la muerte, del hombre y de Dios, de no saber adónde vamos ni de dónde venimos. Paredes ha rastreado en Rubén las huellas fugitivas del pintor. Y le coloca donde le corresponde. He escrito en más de una ocasión que Álvaro Delgado es uno de los nombres grandes de la pintura española del siglo XX, la de Picasso, Gris, Miró, Tàpies, Sert, Dalí, Sorolla...

Desde una feroz independencia, liberado de los dictadores del arte que en muchas ocasiones son los críticos y los galeristas, Álvaro Delgado, al margen de los circuitos políticos, ha levantado una obra asombrosa por su intensidad y su calidad. La fuerza del color abstracto y la fabulación onírica definen su personalidad plástica y robustecen sus paisajes rurales y, sobre todo, sus caricaturas del alma. Algunos de sus cuadros son prodigiosos. Hay hervor germinal, he dicho en alguna ocasión, en sus personajes abrasados, carne trabajada por el gemido, saliva con yodo y sabor de alheña, panes ázimos en los ojos extraviados, temblor de la melancolía, pinceles empapados de firmeza y profundidad. Ungido está Álvaro Delgado por la serpiente surrealista de Federico García Lorca, portadora de grillos y de umbría.

Hombre de la esquina rosada, siempre en busca de la vasta y vaga y necesaria muerte, Jorge Luis Borges al fondo, tropieza su paleta con "la hermosa desnudez de la imagen de Dios", en el verso de Dámaso, para despejar la incógnita del hombre. En los retratos de esta exposición, entrega al espectador el alma de Pablo Picasso, de Mao Tse-tung, de Stalin, de Fidel Castro, de Cisneros, de Osama Ben Laden... Y de un Stephen Hawking, que es el fulgor de la belleza atónita y la expresión del pensamiento profundo. Solo ese cuadro situaría a Álvaro Delgado entre los grandes del siglo XX.

"¿Por qué cantan los pájaros?", se pregunta Tomás Paredes. ¿Por qué cantan los hombres? Hay tratados sobre lo uno y sobre lo otro, pero el misterio continúa. Quién canta, o pinta, o cuenta, lo hace para dar testimonio de si, buscando contestar preguntas y deseos recónditos, que muchas veces permanecen en la nebulosa de lo incierto... Es posible entender que Álvaro Delgado pinte para buscar a Dios. No sé si se puede buscar a Dios en la carne y en las pasiones terrenas, existenciales. En todo caso es una de las sugerencias de la polisemia del arte y por tanto de estas pinturas. ¿Cómo casar el agnosticismo y la pasión por encontrar a Dios? Lo enigmático es un componente de toda creación y de toda creatividad. Cabe el mundo plástico de Álvaro Delgado: figuras deshechas, desgarradas, gestos de color que valen por heridas o caricias, cromatismo valiente y violento, fuerza y rabia en el trazo, arbitrariedad formal y trazos salvadores, tensión entre espacios desnudos y manchas jerárquicas... Los versos de Adolfo Alonso Ares, poeta y pintor que encarna la sobriedad y grandeza de Castilla, El vértigo sagrado o Plegaria de metal, entre otros títulos le avalan”.

Y al final, el trazo incandescente de Eros y Thanatos. Situado ya por encima del bien y del mal, el pintor ha puesto un espejo astillado ante la vida que se va. Es un prodigio de sabiduría. Es la cumbre de la serenidad. Antonio Gamoneda escribió "yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mi puerta", como si se recreara en los colores desolados y agresivos de Álvaro Delgado. He explicado alguna vez que el pintor podría haber replicado, acariciando la piel de sus ledas, con las palabras del poeta: "Como una miel oscura, yo te siento en mis labios al ir hacia la muerte".