La escritura de Pilar Eyre enciende los ojos del lector. Es moderna y altanera. Es sensual y acechante. Es perspicaz y esplendente. Está desprovista de tópicos y banalidades. Se agranda allí donde se traban los nervios de la verdadera literatura. Es, en fin, la sangre sonora de la libertad.
En el pelotón de cabeza del actual periodismo español pedalea Pilar Eyre. Tiene la nariz del sabueso y la capacidad para olfatear la verdad en los albañales, superando el asedio de los vertederos y la cutrez audiovisual que nos asfixia. Además de exhibir un periodismo pedernal, Eyre ha escrito media docena de libros de historia que sorprenden por el equipaje de datos que carga sobre sus hombros y por el tenaz trabajo de investigación. Tendrá defectos la escritora como los tenemos todos. Pero Ena, pasión imperial es la atónita historia de una emperatriz que tenía espíritu de gran puta y que era ambiciosa y procaz, avara y carismática, orgásmica y cachonda, quizá hasta el ramalazo lésbico.
En María la brava se adentra la historiadora en la psicología de la esposa de Juan III, la madre de Juan Carlos I. El relato de su boda en Roma en 1935 me parece una pieza maestra. Repitió Pilar Eyre la aventura de las reinas y su biografía de Doña Sofía aporta los datos clave para entender a una mujer que se ha ganado el cariño y la admiración de los españoles. En Quico Sabater, el último guerrillero, despliega la autora su maestría para la biografía histórica que explosiona en Franco confidencial. Eyre se adentra en la vida íntima del que se tituló "caudillo de España por la gracia de Dios", hasta el beso final que su hija Nenuca depositó sobre la frente del dictador desgarrado. Completa así la biografía de Preston, superior a todas las demás.
La gran periodista regresa ahora a la novela para dar continuidad a su éxito anterior Mi color favorito es verte. El humor preside el nuevo relato, de bien estructurada arquitectura novelística, descarnadas desnudeces psicológicas, juicios sagaces y delicadas melancolías. Su fluido sexual contagia en la oquedad de los vientres soleados y la piel imprudente. La persecución a Sébastien, el amado móvil, constituye una proeza literaria a través de la gira de promoción de la escritora premiada que se las sabe todas pero que está atrapada por un amor indoblegable. Nomeolvides es una novela autobiográfica en la que Pilar Eyre vacía su alma de soledad herida y, en medio de las agresiones embravecidas y los juicios crueles, denuncia la avilantez de la vida literaria y el desdén de los editores catedralicios. Desvela también la realidad de una mujer delicada que anhela el sosiego y la paz interior. "Hermosa el alma como el cuerpo tiene", escribió Cervantes en la canción de Crisóstomo.
La tragedia de Charlie Hebdo le permite cerrar el relato con final periodístico. "Corría la sangre por las calles...", escribió mi inolvidado Rafael Alberti y Pilar enreda su verso entre las líneas de la novela para concluir que en la caja de Pandora queda un último rayo de luz: la esperanza. Y por eso escribe: "Soy Pilar Eyre y estoy viva". Podía haber añadido, como San Juan de la Cruz, que "andando enamorada se hizo perdidiza y fue ganada".
Zigzag
Desde Goya hasta Picasso, pintores, escultores, poetas, dramaturgos, cineastas, músicos, han encontrado en la fiesta de los Toros estimulante inspiración. Se cuentan por centenares las obras maestras que en las artes plásticas, en la Literatura, en la ópera, están inspiradas en esa escultura viva que es, desde la tauromaquia cretense, el juego entre el hombre y el toro. No se puede entender la completa creación artística, sobre todo en los dos últimos siglos, sin la aportación taurina. Miquel Barceló está considerado hoy a escala internacional como el primer pintor español, sucesor de Picasso, Miró, Gris, Dalí, Sorolla, Tàpies... El artista ha declarado que "la moda antitaurina es una estupidez". Y en la exposición La soledad sonora, sobre un verso de San Juan de la Cruz, nos traslada su bellísimo entendimiento de la tauromaquia.