Kieu, la dulce annamita enamorada de Kim Trong, se enfrenta con el secuestro de su padre por los chinos invasores. Piden trescientos taels de oro por su liberación. Solo puede conseguirlos prostituyéndose al estilo geisha. Su alma se debate entre el cariño al padre y el amor al novio, la dignidad femenina, al fondo. Se decide por salvar al secuestrado. Así es que aprende las más varias prácticas sexuales enseñada por la vieja celestina Tu-Ba. Conseguido su propósito de liberar al padre, decide, devastada, suicidarse arrojándose al río. De las aguas la sacará una bonza que la ingresa en un convento. Allí acudirá Kim Trong, vencedor de los chinos, herido el corazón por la mujer a la que había jurado amor eterno, asegurando que no volvería a tocar su guitarra en otra barca. "Danguyen haichu dong tam, tram nam the chang om cam thuyen ai. Con non, con nuoc, con dai, con ve con nho den nguoi hom nay". "Pues he prometido que seremos siempre un mismo corazón, juro que en los próximos cien años no cambiaré de barca con mi laúd entre los brazos, en tanto que las montañas, en tanto que las aguas perduren". Con el Kim van Kieu, poema del que Hiperion ha tenido recientemente el acierto de publicarlo en versión de Rafael Lobarte, su autor Nguyen Du se instala en la cumbre de la literatura asiática junto al Shak persa, el Mahabarata indio, el Manas kirguizo, las sendas de Oku de Basho o el clamor ebrio de Li-Po.
Arthur Schnitzler, el escritor austriaco alma gemela de Freud, instala a Elsa en el mismo dilema que Nguyen Dhu a Kieu. La joven disfruta de unas vacaciones en San Martino di Castrozza cuando recibe una carta de su madre rogándole que consiga 500 florines para salvar al padre de la prisión. Elsa le pide el dinero a un viejo ricachón que acepta a cambio de que ella se desnude ante él para disfrutar de sus encantos. La joven se debate en una larga tensión del cuerpo y del alma, expresión teatral de la congoja interior de un corazón sensible. Al final se decide por el suicidio.
Acudí al teatro alternativo Sexto Derecha vestido de forma muy provocadora, con chaqueta clásica. Para mayor inri tuve la insolencia de llevar corbata. Estoy arrepentido de tanta desfachatez, de tanta procacidad. En la sala del Sexto Derecha solo caben veinticinco personas. Se vive el teatro en un espacio en que todo es verdad, todo autenticidad. Lola Blasco ha escrito una versión certera de La señorita Elsa; José Luis Sáiz dirige con eficacia; el vestuario de Olivar y Guimarey, excelente; la cartelería de Aida Argüelles y la fotografía de Sol Salama, así como la colaboración de Belén Ventura, María Garat y Pilar González, magníficas; la iluminación de Alejandro de Torres, adecuada.
Y Ángela Boix, que hace una interpretación asombrosa, llena de matices y veladuras, flexible, expresiva, dúctil, agresiva, hiriente. La actriz se sumerge en el alma de Elsa en una hora larga de monólogo y trabaja sin un fallo, medida la expresión corporal, sin aspavientos ni sobreactuación, una lección de sobriedad y eficacia. Ángela Boix puede exhibir una copiosa cosecha de éxitos a lo largo de su corta vida. Ha volcado toda su calidad escénica, toda su sabia experiencia en el papel de Elsa, estremeciendo a los espectadores aficionados al gran teatro que cierran su interpretación con un aplauso inacabable.
El teatro es el termómetro cultural de una ciudad. Gracias a él, Madrid se encuentra entre las cinco grandes capitales mundiales de la cultura. Asombra la cantidad y la calidad de las obras que, semana tras semana, se ofrecen en las salas públicas, en las comerciales, en los pequeños teatros alternativos. Cada año asiste al teatro en Madrid un millón de espectadores más que a los estadios de sus cuatro equipos de fútbol de Primera División. La miserable clase política que padece España ha gravado al teatro con el 21% de IVA, mientras Noruega lo hace con el 0%; Francia, con el 2,1%; Suiza, con el 2,5%; Alemania, con el 7%; Irlanda, con el 9% e Italia, con el 10%. La mayor parte de los políticos permanecen ajenos a la espléndida realidad cultural de España y continúan haciendo piruetas absurdas en el mediocre circo nacional de las elecciones generales.