Image: Jesús Fonseca, poemas recién arados

Image: Jesús Fonseca, poemas recién arados

Primera palabra

Jesús Fonseca, poemas recién arados

4 febrero, 2016 23:00

Quiere el poeta saltar a borbotones por las venas de la amada. Y sentir el delirio de su piel. Aspira a que el lazo del amor le anude la paz de los adentros junto a los musgos húmedos de las montañas, de los paisajes soñados de la tierra y del alma. Antonio Machado alienta a ráfagas tras la poesía de Jesús Fonseca, que escribe desde la modernidad y el pensamiento profundo. Se queja con los que padecen, con los que ni tienen ni tuvieron ni tendrán nada, tantas vidas humilladas, tantas lágrimas de sangre y sufrimiento. De lo que sin ser, es; de lo que sin estar, está.

"Junto al camino me detengo y le pido a la brisa que se siente a mi lado, para ver juntos pasar las nubes, pasar el tiempo". Pasar el tiempo, sentir la tristeza de lo que es y de lo que no es. El poeta se detiene junto a su alma. Es el caminante que marcha hacia ninguna parte, lejos siempre del ruido, de la mediocridad y de la hipocresía. Acurrucado en el regazo del silencio, con tantos nevados amaneceres a sus espaldas, a Jesús Fonseca le duele la llaga abierta del amor. Inesperadamente, y así titula su último libro de poemas, sereno y conmovedor.

Entre los dedos arrugados del tiempo, el poeta aconseja al escritor joven: "Te conviene saber que, para que te dejen vivir, habrás de ser mansurrón y lanar. Y debes saber, en fin, que los lobos acaban juntándose, antes o después, para dar caza al manso cordero". "Debes saber -añade con aliento machadiano- amigo que a tu trabajo acudes y con tu dinero pagas, que estas fatigas tuyas no tendrán fin". Se identifica al poeta con los desfavorecidos y canta el gozo incomparable de los que encuentran la descansada vida junto a los pocos sabios que en el mundo han sido, el camino de Fray Luis de León, fácil para los humildes, imposible para los soberbios. Denuncia Fonseca las máscaras y las caretas de los que roban de día y saquean de noche. Y asegura que lo más complicado es el regreso a lo sencillo, a lo humilde, para desde lo pequeño levantar la vida.

Sabe, como Machado, que la meta es el propio camino que se hace al andar y se acuerda de la amada que besa con los ojos, de aquella Esther inolvidada, de belleza serena, un poco melancólica y, por eso mismo, delicada y profunda, la mujer de cristal, de cristal de roca, la palabra indoblegable, la que se hacía nostalgia en la "tarde tranquila, casi con placidez de alma, para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías lejos y poder dulcemente recordarlas".

Anhela el poeta escuchar a los que poseen el saber de los humildes. No quiere ser un ser para la nada, un ser para la muerte, meditación metafísica de Sartre, racimo de uvas al pie de la cepa que no habla sino calla porque se precisa de una vida entera para ver brotar los sarmientos que se esperguran entre las ramas tiernas de la humildad. El poeta, en fin, ve mejor con los ojos cerrados que con los ojos abiertos, a un lado la hojarasca de las palabras fingidas, las simuladas cortesías, el engaño nuestro de cada día de los que solo saben dialogar con sus mentiras. Inesperadamente es, en fin, un libro de sosegada madurez para la lenta lectura, para el silencio del corazón, para el pensamiento profundo del verso recental.

Zigzag

"Los humanos deben hallar hogares fuera de la Tierra para sobrevivir". Estas palabras de Stephen Hawking responden al pensamiento que le oí desarrollar en Oviedo sobre los límites de la existencia de nuestro Planeta. Quedan por delante muchos millones de años pero la Tierra terminará convirtiéndose en un desierto estéril como Marte. El hombre sobrevivirá si se instala en otro cuerpo celeste. No se trata de ciencia ficción. Stephen Hawking lo cree así, como piensa también que dentro de cien años, sólo cien años, los ordenadores superarán al hombre.