Gregorio Marañón ha rendido un servicio impagable a la cultura española. El Teatro Real languidecía, a pesar de algunos aciertos indiscutibles emborronados por equivocaciones devastadoras. La ópera es termómetro cultural de una ciudad. En Madrid necesitaba de un revulsivo. Marañón tuvo la audacia de contratar a Gerard Mortier. Con él llegó la tensión y el debate. La ópera volvió a ocupar el lugar que le corresponde en la vida cultural de Madrid. Marañón y Mortier capearon la borrasca crítica de los inmovilistas. En solo unos meses consiguieron borrar las huellas fugitivas de la decadencia y la vulgaridad.

Recuerdo con asombro aquel San Francisco de Asís de Messiaen con la deslumbrante Camila Tilling y su voz soprano de vino y rosas. Llegó a Madrid el Bolshoi con un Eugenio Oneguin que hubiera enardecido a Tchaikovski. Y también la explosión de Bertold Brecht y La Fura dels Baus con el Ascenso y caída en la ciudad de Mahagonny que nos mantuvo en ascuas porque "la musique -escribió Baudelaire en Les Fleurs du Mal- souvent me prend comme un mar".

Y la vibración de Wagner, incluso con aquel controvertido Parsifal -concierto que se hizo, conforme al verso de Gamoneda, viento de la noche en los trigales, llanto en el vacío, rojo corazón desmenuzado, hervor germinal, ebriedad azul, saliva con yodo y polución de alheña. La enfermedad de Mortier y la tristeza de su muerte significó un nuevo desafío para Marañón que, ayudado por la sabiduría de García-Belenguer, decidió apostar por Matabosch. Estuve seguro desde el primer momento de que era un acierto. Hombre sencillo, trabajador, profundo conocedor de la expresión cultural, enamorado de la ópera, Joan Matabosch se entregó sin aspavientos a la complicada tarea de suceder a Mortier.

Y ahí están los resultados. Matabosch acaba de presentar una programación inteligente y completa para el bienio 2016-2017 que armoniza el repertorio tradicional con los nombres nuevos y las experiencias de vanguardia. No voy a desmenuzar el esfuerzo programático que tiene muchos aciertos y algunos errores pero que nos permitirá a los aficionados a la ópera contemplar y escuchar dos obras de cámara y un estreno mundial La ciudad de las mentiras, aparte los grandes títulos de siempre y lo mejor del siglo XX.

Y finalmente, ¿para cuándo pintar el techo del Teatro Real? Se trata de un desafío lateral que reta a Marañón. Carlos Pascual de Lara ganó en su día el concurso. Ahora sería necesario abrir un nuevo concurso aunque yo me inclino por contratar al nombre indiscutible: Miquel Barceló, que pintó el techo de la Sala de los Derechos Humanos en el Palacio de las Naciones de Ginebra. Viajé a Suiza solo para contemplar la obra de Barceló y tengo todavía la retina deslumbrada por el espectáculo. Se contempla allí la capilla sixtina del arte abstracto. "Solo falta que llegue un día Tunga, el discípulo de Hélio Oiticica -escribí entonces- y que arroje cabezas de mujer al mar de la pintura para plantar sirenas". Miquel Barceló sabría respetar el entorno del Teatro Real y llevar al techo la vanguardia del siglo XXI. El artista es capaz de pintar la música callada de San Juan de la Cruz, la soledad sonora, y lanzarla, como en el verso de Aleixandre, hacia la región donde nada se olvida.

Zigzag

Lalla Hasnaa, princesa de Marruecos, ha dedicado una parte sustancial de su vida a la protección del medio ambiente. Ante el peligro de extinción en su país de algunas aves, ha impulsado la publicación de un libro que muestra en toda su riqueza la realidad marroquí en ese mundo animal. El autor del libro Aves de Marruecos y de las fotografías que lo enriquecen, Ignacio Yúfera, ha realizado un extraordinario trabajo de investigación para ofrecer al lector información completa de las diversas aves que enriquecen los cielos marroquíes. Acompañan a las fotografías textos y poemas escritos por autores árabes.