La violación de la Arquitectura
“Creo en la Arquitectura que se mira al espejo. Creo en el efecto mágico de la belleza. No creo en la razón solo. Creo en el trabajo intenso apoyado en la razón. Creo en la inspiración surgida de la mente abonada por el esfuerzo”. Estas palabras de Miguel de Oriol las hubiera suscrito encantado Pablo Picasso. En la entrevista que le hice al genio malagueño en París me aseguró que solo tenía fe “en el trabajo nuestro de cada día”.
Miguel de Oriol es un arquitecto instalado en la excelencia. Es intelectual de anchos saberes. Es un hombre independiente, libre de espíritu, que ni milita ni nunca ha militado en los circuitos potenciados desde la política. Es un sabio de la Arquitectura y un conocedor profundo de las artes plásticas. Hace lo que considera mejor. Su musculatura arquitectónica está por encima de sectarismos y críticas excluyentes. Miguel de Oriol fue siempre el felino agazapado para saltar ágilmente sobre la última vanguardia. Jamás, jamás, aceptó anestesiar a la sociedad ni instalarse en la desmemoria.
Adolf Loos construyó para Tristán Tzara la casa donde el fundador del dadaísmo vivió la nostalgia de su alma enronquecida. Afirmó que “la ornamentación es un crimen” y, a pesar del punto de exageración de su pensamiento arquitectónico, la verdad es que la tendencia al funcionalismo conformó la Bauhaus, la escuela de Walter Gropius. Y que Van der Rohe, Le Corbusier y Frank Wright trabajaron en la misma dirección. El aliento escultórico, permitido por los nuevos materiales, ha completado la idea funcional de la Bauhaus. Brillan las velas colgadas del cielo en la ópera de Sidney que consagró a Jorn Utzon. En la misma línea se expresa la capacidad creadora de nuestro Santiago Calatrava y la de muchos de los arquitectos relevantes de la centuria que vivimos. También en varios de los edificios de Minoru Yamasaki que fue, por cierto, el arquitecto que proyectó y construyó las Torres Gemelas de Nueva York.
Algunos milmillonarios que compran edificios señeros han violado a la Arquitectura y se permiten transformar a su antojo lo que el arquitecto realizó. ¿Qué se pensaría si el valido de Carlos IV, Manuel Godoy, que compró La Venus del Espejo de Velázquez, hubiera pintado sobre el rabel glorioso una faldita escocesa?
La indiferencia con la que asistimos a la violación de la Arquitectura clama al cielo. Miguel de Oriol, intelectual de palabra indoblegable, es el autor del edificio más vanguardista del complejo Azca. Su Torre Europa está cubierta de premios y también de elogios por parte de la crítica más prestigiosa. Me produce indignación creciente que, sin ni siquiera informar al autor de tanta belleza arquitectónica, los nuevos propietarios hayan decidido implantar una marquesina, “destructora de la arquitectura orgánica del atrio, pieza capital de Torre Europa”. Han dispuesto también el forrado de las columnas estructurales que personaliza el esqueleto de la torre. Eso adultera la imagen auténtica de la obra de Miguel de Oriol, sobre todo teniendo en cuenta que el material de esas columnas es “de calidad insuperable” y que “su cubrición metálica desvirtúa y, por tanto, descalifica artística e históricamente al equipo que la propone, al mixtificar la imagen auténtica de Torre Europa”.
Nadie duda del acierto del legislador al exigir el respeto para los edificios históricos. Hay que extender ese respeto a las obras de arte de la vanguardia del siglo XX y del siglo XXI, como la Torre Europa hoy emputecida. No podemos asistir impávidos a la violación de la Arquitectura porque se trata de una agresión a la cultura que no puede estar supeditada ni al dinero de los poderosos ni a la mediocridad de los profesionales que se someten a su voracidad ni a la palabra ofidia de los que mienten a la opinión pública. “…como las paga el vulgo es justo hablarle en necio para darle gusto”, escribió el mejor de nuestros dramaturgos, Lope de Vega. Y no son pocos hoy los que han sumido al arte y la expresión de la belleza en los albañales de la mugre, la cochambre y la inmundicia.