Image: La cultura preterida

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Primera palabra

La cultura preterida

30 septiembre, 2016 00:00

Ni siquiera promesas. Ni siquiera con el ánimo de no cumplirlas como es tan frecuente en el cinismo de las campañas electorales. La verdad es que, salvo alguna fugaz alusión, ningún partido político, sea del signo que sea, ha expuesto ante la opinión pública un proyecto cultural de alcance y envergadura. Parece mentira pero así de lamentable es la realidad. La cultura está preterida en el ánimo de nuestros políticos. Permanece una vez más desdeñada y deshabitada.

España se mueve, desde el punto de vista económico, entre el puesto doce y catorce del mundo. Culturalmente está en el pelotón de cabeza, no más atrás del cuarto lugar. Aún más, si hablamos de la cultura iberoamericana en su conjunto, disputaríamos el primer puesto a la cultura anglosajona.

El termómetro cultural marca en España, y no digamos unidos a Iberoamérica, una alta temperatura. Los tesoros artísticos españoles, los museos, las catedrales, iglesias, edificios y palacios, la Universidad, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la literatura, el teatro y el cine vertebran una realidad excepcional. Incluso la ciencia, que es la expresión más débil de la cultura española, se ha revitalizado en el siglo XX y ha producido dos premios Nobel de alcance significativo: Ramón y Cajal y Severo Ochoa, si bien parece necesario multiplicar los presupuestos para la investigación.

En toda España la actividad cultural es incesante; el número de conferencias, congresos y seminarios, creciente; las exposiciones se multiplican hasta el infinito, algunas de soberbia calidad; las Universidades aumentan año a año, incluso demasiado deprisa; al teatro, por ejemplo, acudieron en Madrid en 2015 un millón de personas más que a los estadios de los cuatro equipos de fútbol de Primera División; la ópera está en auge; los conciertos congregan a multitud de gentes; ante los museos se forman largas colas; los éxitos en cine son constantes; figuramos entre los tres países que más libros imprimen; una parte sustancial de la población española, en fin, dedica sus horas de ocio a la cultura.

Y el idioma. El idioma que es la columna vertebral de la cultura. Resulta que nos hemos merendado al francés, que hemos desplazado al alemán, al italiano, al portugués. Que, si bien a mucha distancia del inglés, el español es la segunda lengua del mundo; que el 80% de los estudiantes estadounidenses de idiomas eligen el castellano; y que en Alemania, en Suecia, en Japón o en China, tras el inglés, el idioma que se estudia es el de Cervantes y Borges, el de San Juan de la Cruz y Gabriela Mistral; el de Ortega y Gasset y Octavio Paz; el de Pérez Galdós y Gabriel García Márquez; el de Federico García Lorca y Pablo Neruda. Como idioma materno el español ocupa ya el primer lugar. Para más de 500 millones de personas, el castellano es la lengua hablada desde la cuna.

España ha sido históricamente un crisol de culturas: la celta, la griega, la romana, la íbera, la cartaginesa, la cristiana, la árabe... Tras la colonización de América se fundieron también en ese crisol las culturas precolombinas, algunas de tanto alcance como la maya, la azteca o la inca. “Materializar lo espiritual hasta hacerlo palpable -escribió el clásico- espiritualizar lo material para hacerlo invisible; ese es todo el secreto del arte y la cultura”. Lo que han hecho de verdad invisible nuestros políticos en sus programas es la atención a la cultura y los presupuestos para atenderla. Y no sé qué es peor si la ignorancia o el desprecio. La degeneración de la política española y la voracidad de nuestros políticos han convertido en realidad la ironía de Bernard Shaw: “El arte de gobernar es la organización de la idolatría”.

Zigzag

Carlos María Olazábal ha escrito un libro imprescindible: Negociaciones del PNV con Franco durante la Guerra Civil. José Antonio Aguirre, amparado por el Vaticano y con la expresa intervención del Papa, intentó negociar con Franco. Consiguió movilizar al Gobierno de Mussolini y Ciano le pidió al generalísimo español flexibilidad, transmitiéndole la conveniencia de “transigir en ciertas condiciones”. Olazábal desmenuza las mil fintas que se hicieron sin éxito. Al final, Aguirre ordenó defender Bilbao, casa por casa. De poco sirvió. El PNV rindió Bilbao y lo hizo, por cierto, a espaldas de Indalecio Prieto.