Una escritora española de cuyo nombre no quiere que me acuerde me decía en la sobremesa de la cena que recrea y enamora:
-Diez meses de Gobierno en funciones, bajo un aguacero de propaganda política y de incesantes mítines, y ningún partido ha hecho todavía una manifestación considerable en favor de la cultura. España es antes que nada una potencia cultural, una de las primeras del mundo. Mariano Rajoy cometió un error, un inmenso error, al suprimir el ministerio de Cultura.
-¿Y por qué crees que tomó ese medida, mi querida amiga?
-Por pura ignorancia, aparte del desdén habitual con que la mayor parte de los políticos de todo el arco parlamentario tratan, desde su mediocridad, las manifestaciones culturales.
-Existe cierto temor, sobre todo en el mundo literario, a que desde un ministerio de Cultura pretenda alguien hacer dirigismo político.
-Todo lo contrario, querido Anson. Dirigismo se intenta ahora a través de los diversos organismos que se reparten la gestión del fenómeno cultural. Charles De Gaulle entendió muy bien la realidad cuando decidió nombrar a un hombre tan independiente y prestigioso como André Malraux para que estimulase desde el Gobierno la cultura francesa. A España le conviene un ministerio de Cultura, con la debida categoría y el máximo relieve administrativo. Al frente habría que colocar a un intelectual de menos de sesenta años, con capacidad para la gestión y con prestigio consolidado. No se trata de que gestione el ministerio el paniaguado o el enchufado o enchufada de turno sino una persona respetada por su capacidad y prestigio. Un ministerio de Cultura no debe dirigir, sino estimular, alentar, potenciar, reconocer, difundir y en su caso contribuir a la financiación de las expresiones culturales.
Para mi interlocutora el organigrama del ministerio de Cultura es muy sencillo. Basta con nueve direcciones generales: Dirección General del Libro, Dirección General del Teatro, Dirección General del Cine, Dirección General de la Música, Dirección General de las Artes Plásticas, Dirección General de la Ciencia, Dirección General de la Radio y la Televisión, Dirección General de Cultura Popular y Dirección General del Instituto Cervantes. Cada una de estas direcciones generales debería agrupar las competencias que le son propias y que se gestionan ahora en diversos ministerios.
El Instituto Cervantes se incorporaría al ministerio de Cultura porque el idioma es el mayor tesoro de la cultura española Parece a muchos imprescindible potenciar la lengua de Cervantes y Borges, de Quevedo y García Márquez, de García Lorca y Neruda, de Ortega y Gasset y Octavio Paz en todo el mundo y en armonía con las diversas manifestaciones culturales.
Sería absurdo regatear presupuestos generosos al ministerio de Cultura. Deben ser lo suficientemente copiosos para ayudar financieramente a aquellas manifestaciones que lo precisen como ocurre con determinadas investigaciones científicas, las representaciones de teatro clásico, las ediciones de ciertos libros, la puesta en escena de algunas óperas, la organización de aniversarios y acontecimientos de envergadura. Resulta lamentable la racanería de Cristobal Montoro en el IV Centenario de la muerte de Cervantes. Dentro de doscientos años nadie sabrá quién es Montoro pero las obras del autor del Quijote se seguirán leyendo como ahora. Lo fundamental en todo caso no es el patrocinio económico sino el estímulo, el aliento, los reconocimientos, los galardones, la difusión internacional y la atención a las nuevas tecnologías que vertebran la cultura popular en internet y las redes sociales.
Un ministerio de Cultura potente se encuadraría en su día en el supraministerio de Cultura Iberoamericana que propugnan algunas de las mentes más sólidas y lúcidas del área cultural. Participarían en él todas las naciones iberoamericanas financiándolo conforme al producto interior bruto de cada país. La globalización exige ya que España, Portugal e Iberoamérica creen estructuras supranacionales para estimular la cultura desde el más absoluto respeto a la libertad creadora.