En los años veinte del siglo pasado, la intelectualidad española se nutría de la cultura francesa y apenas la rebasaba. José Ortega y Gasset se dio cuenta de lo que aquella limitación significaba e ideó combatirla creando la Revista de Occidente para volver los ojos también hacia la cultura germana, la eslava, la escandinava, la anglosajona, incluso la árabe o la sínica. La publicación de Decadencia de Occidente de Oswald Spengler desprendió las anteojeras francesas de la mirada de muchos intelectuales españoles.
Ahora es diferente. Vivimos ya en la Edad Digital, superada la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. La cultura se ha digitalizado y cualquier intelectual tiene fácil acceso a las manifestaciones creadoras, incluso de los pequeños países, en las artes plásticas, la literatura, el cine, la música, la ciencia o la filosofía.
El alud tecnológico desbordado desde los Estados lo anega todo. Cada vez se hace más difícil transitar por la selva digital discerniendo en las espigas culturales la paja del grano. Eso lo ha explicado muy bien Mario Vargas Llosa, el escritor español más influyente del mundo. Por eso, de vez en cuando, conviene recalar en los pensadores que desde áreas geográficas o culturales diferentes extienden su influencia. El Premio Berggruen, dotado con 700.000 euros, ha ungido a Charles Margrave Taylor, el filósofo canadiense, galardonado también con los premios Kyoto y Templeton. Bajo la influencia que no niega de Martin Heidegger, Taylor ha adentrado su pensamiento entre las raíces de muy varios sectores de la vida intelectual, aunque su preocupación permanente es el ser, el ente como tal ente no reducido a ninguna esfera especial.
Me ha impresionado la lectura de su Fuentes del yo, lo que él llama la construcción de la identidad moderna. Con su “ética de la autenticidad” enlaza, como casi todas las grandes filosofías, con Aristóteles. Sin embargo, igual que Kierkegaard, igual que Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, es el estudio del yo lo que vertebra su obra y la instala en el multiculturalismo. Los yoes de una comunidad y su interactividad preocupan y ocupan el pensamiento de Taylor, sobre todo desde que la secularización desvencijó el hecho religioso.
Canadiense francófono, las reflexiones políticas de Taylor expuestas desde la mesura y la profundidad tienen especial interés para España. Con referencia explícita a nuestro país, el autor de Fuentes del yo afirma desde su perspectiva canadiense que es necesario articular instituciones democráticas para conservar la unidad del Estado, reconociendo las características multinacionales y encauzándolas en lugar de combatirlas.
Taylor se encuentra instalado, en todo caso, por encima de la política. También de la ética y de la epistemología, de las metafísicas especiales. Navega a velas desplegadas por los mares de la Metafísica general, de la Ontología, y por eso se detiene en la reflexión minuciosa sobre el ser en cuanto a tal ser y sobre el yo, lo que no le impide escribir lúcidamente sobre la unidad de Canadá como Estado dentro del reconocimiento de sus identidades lingüísticas e históricas. Charles Margrave Taylor es mucho más que un pensador para un pueblo; es un pensador para el pueblo. Si el ministerio de Cultura español se convirtiera en algo diferente a una mera instancia administrativa, se daría cuenta de los beneficios que para España supone la posición de este canadiense excepcional, considerado como uno de los mejores filósofos del mundo y, tal vez, candidato en el futuro al Premio Princesa de Asturias.