Las culturas de los países occidentales y sus más destacados historiadores han aceptado con las debidas excepciones la denominación de Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea, para delimitar los largos periodos que corresponden a las transformaciones profundas de la historia del hombre.
Está claro que hemos entrado en una nueva Edad: la Digital. Algunos historiadores fijan su comienzo en 1991, año en que se disolvió la Unión Soviética, concluyó la guerra fría y se impuso sin resistencias de relieve el Imperio estadounidense con sus Césares electos y todopoderosos, el último de ellos esgrimiendo la bandera de su cabello cardado y gualda. Varios intelectuales especialmente sagaces señalan, sin embargo, el 9 de enero del año 2007 como fecha liminar de la Edad Digital, día en que Steve Jobs presentó el primer teléfono móvil inteligente, al que Noam Chomsky ha llamado el músculo de Dios. El último tercio del siglo XX conoció la crecida de los ordenadores y el estallido globalizado de la digitalización. A muchos nos parece que la Edad Digital arranca con el móvil inteligente, el teléfono “traído del futuro al presente”, tal y como lo expresó el propio Steve Jobs. Se trata de una opinión cada vez más generalizada, aunque se produzca en los paisajes del desasosiego.
Al margen de tanta ideología gallinácea, el teléfono móvil se ha convertido ya en el sexto sentido del hombre, en el tercer brazo del cuerpo humano. 3.000 millones de personas disponen hoy de un móvil con conexión a internet. Es decir, el 40% de la población mundial despliega su actividad en torno a un aparato que se ha hecho imprescindible. Y ello porque el móvil se ha convertido en un miniordenador que dispone de la inmensa mayoría de las funciones digitales que interesan. El ciudadano que escucha en una tertulia el nombre de Maiakowski puede leer su biografía en la pantalla del teléfono en unos segundos. Puede conversar desde Madrid con su hija estudiante en Boston haciendo un clic y ver la cara de la niña durante tiempo definido y además gratis. Puede utilizar su móvil como linterna, como brújula, como despertador, como reloj, como cronómetro, como calendario y como termómetro. Puede orientar su coche hacia la dirección deseada con un GPS preciso. Puede filmar películas. Puede hacer fotos y disponer de todo en un archivo de fácil consulta.
Puede controlar su tensión, su pulso y las más diversas cuestiones relativas a la salud. Puede leer periódicos de cualquier parte del mundo, escuchar la radio o ver la televisión. Puede grabar conversaciones. Puede escuchar música, averiguando si lo desea quién es el autor y el director de la orquesta. Puede mensajearse con quien le plazca en los cinco continentes. Puede leer libros antiguos y actuales. Puede manejar los electrodomésticos de su domicilio. Puede contemplar, si ha instalado cámaras, sus habitaciones. Puede ver películas y series de televisión. Puede navegar por el mundo, por sus ciudades y monumentos... El teléfono móvil inteligente lo puede casi todo. Es como un milagro de la técnica y de la inteligencia.
Con él, la Humanidad entró hace diez años en la Edad Digital. La Edad anterior, la Contemporánea, se inició con la Revolución francesa en el año 1789. Se prolongó durante dos siglos largos para dar paso sin guerras ni revoluciones violentas a la nueva Edad que preside hoy la vida de los hombres y las mujeres del mundo.
Nadie podía imaginar hace veinte años cuando empezaron a balbucear las comunicaciones digitales lo que iba a ocurrir. El móvil se ha hecho un instrumento imprescindible en todo el mundo. Frente a los escapularios ideológicos, iguala al blanco y al negro, al chino y al árabe, al pobre y al rico, a la mujer y al hombre. Produce asombro la transformación que ha experimentado la vida ordinaria de la Humanidad en solo diez años. Y no sabemos, aunque lo intuimos, lo que nos deparará la próxima década porque estamos todavía, conforme a la expresión de Steiner, en la prehistoria digital.