La adjetivación, exacta; la metáfora, enervada; la sintaxis, fracturada; el diálogo, sin sosiego; la escritura, entristecida y turbia; la fabulación, de vanguardia; la arquitectura literaria, cristal y acero. David Gistau no solo es un formidable escritor. Es un novelista que arde. Excelente su última novela Golpes bajos, que sitúa al autor en el pelotón de cabeza de la narración actual en España.

David Gistau sube a los bajos fondos, baja a las altas esferas de la plutocracia, se encabrita con los convencionalismos sociales. Lo escudriña todo, lo desentraña todo. En su pluma descarrilan los personajes dibujados con tintes a veces demasiados gruesos pero siempre con destreza y elasticidad. Golpes bajos no es una novela de boxeo ni sobre el boxeo. David Gistau narra los sentimientos con la crueldad del periodista y las delicadezas del poeta enamorado.

El autor hace alarde de su musculatura literaria para enfrentar el bien con el mal. Denigra a Piñata, el mafioso voraz. Apuñala a Magda, la presentadora de televisión que tiembla de escarcha como una hoja al viento. Se estremece a ráfagas con Alfredo, propietario de un gimnasio cutre en una cochera del barrio del Lucero, donde sueñan golpes y glorias los boxeadores que aspiran a machacar el hígado del rival. Del brazo de Magda, el horterilla barato se sumerge en los salones de la café society, en el hedonismo de la algarabía milmillonaria. El mafioso Piñata se enreda en la vida de todos hasta el desenlace final y urde la trampa un poco manida de Magda, la derrotada presentadora de televisión que quiere regresar al famoseo y acepta ser amante y engañada.

David Gistau ha puesto un espejo, tal vez algo convexo, para que se refleje en él la sociedad que padecemos. Al estilo de la gran novela plantea los problemas morales y no los resuelve. Reserva al lector el juicio sobre lo que ocurre en la trepidante peripecia que narra. Mantiene el autor la sagacidad y el desgarro a lo largo de todo el relato. Fustiga a Stallone que “robó la vida de Wepner sin darle nada a cambio” y que “recogió un Oscar ganado con sangre falsa”. Saca brillo literario a la novela a lo largo de toda la narración aunque caiga en el loísmo pero deslumbra siempre por la audacia de la prosa y el contraste de la metáfora. “Alfredo -le dijo Kitín- estás para echarte un polvo, y eso también te lo van a pedir cada cinco minutos todas esas furcias y todos esos maricas que son mis mejores amigos. Yo soy las dos cosas, una furcia y un marica, así que imagina lo que haría contigo”.

La novela, editada por La Esfera de los Libros, se adorna con hallazgos sorprendentes. Sabía yo que, en las fiestas millonarias del caviar y el domperignon, los nuevos ricos potencian la diversión con canciones perejil, con duelos flamencos, con recitales decadentes, hasta con riñas de gallos. Desconocía que también con combates de boxeo a puños desnudos. Piñata se complace en organizar peleas a sangre y duelo, cobrando precios descomunales, sin otro objetivo que enardecer a los ociosos en las fiestas del medio pelo social y abultados talonarios. Y con apuestas y todo para la ruina o el enriquecimiento.

Estamos, en fin, ante una gran novela y lo que es más importante ante un novelista excepcional, al que hay que saludar con la esperanza abierta. A Golpes bajos le sucederán en los próximos años otras novelas crecientes. Ese es mi pronóstico tras disfrutar de la escritura de Gistau y de su capacidad para la fabulación y el golpe certero.

Zigzag

Enrique Krauze está reconocido como uno de los intelectuales mexicanos de más largo aliento. Le admiraba Octavio Paz. “Con Krauze se puede estar seguro”, me dijo un día el autor de El laberinto de la soledad. Y lo mantuvo a su lado hasta que la muerte le arrancó de su biblioteca que tan sagazmente analizaba. La obra de Krauze es ingente y su dirección de Letras libres impecable. Ahora se ha alarmado ante Trump. “Un fascista -escribe- ha llegado a la Casa Blanca. Nadie sabe cuánta sangre, sudor y lágrimas acarreará su demencial ascenso”.