Ni el hindi ni el chino son idiomas internacionales. El hindi solo se habla en la India y el chino en China y algún aledaño. Además, hablar de la lengua china es una entelequia. Hay decenas de idiomas chinos y sus hablantes no se entienden entre ellos, aparte del enjambre dialectal que sacude las vértebras históricas de la gran nación milenaria.
Como lengua internacional, el inglés, que se habla en 46 naciones y en él se expresan las minorías dirigentes de todo el mundo, ocupa lugar destacado, como el latín en la Edad Media. Tal vez no sea exagerado afirmar que el inglés significa el 70% entre los idiomas internacionales. El español, con 22 países, ocupa el segundo lugar. Vale la pena subrayar que como lengua materna es el primer idioma internacional del mundo, con 550 millones de hablantes, por encima del inglés, en el entorno de los 400 millones; del árabe, con 295, y del portugués, con 215 millones.
El español, por otra parte, se ha convertido en la segunda lengua de la primera potencia del mundo: Estados Unidos. Cerca de 60 millones de estadounidenses lo hablan, convirtiendo a la gran nación americana en la segunda hispanohablante del mundo, por detrás de México y por delante de España, Argentina y Colombia. Tan importante como este dato es que el 82% de los estudiantes estadounidenses de lenguas extranjeras eligen el español. Tras el inglés, es también el idioma escogido por los estudiantes de Japón, Brasil, Suecia o, incluso, Alemania.
José Luis García Delgado, al frente de un equipo de especialistas, ha trabajado durante diez años en un libro clave que patrocina Telefónica y alienta César Alierta, con recuerdo especial para Ángel Martín Municio: El valor económico del español. La aportación del idioma español a la cultura nos ha convertido en una de las primeras potencias del mundo en el ámbito intelectual. Difícil resulta calcular la repercusión económica, pero de las investigaciones realizadas por José Luis García Delgado se deduce que el español podría figurar en el PIB tal vez como el segundo renglón tras el turismo.
El Rey Felipe VI, en un espléndido discurso, afirmó recientemente que en el año 2050 se expresarán en español 750 millones de personas. A la Real Academia Española, en colaboración con las 22 Academias hermanas, corresponde no solo limpiar, fijar y dar esplendor al idioma sino, sobre todo, preservar su unidad. La forma cómo la Real Academia ha cultivado la ciencia del lenguaje desde hace 300 años ha permitido conservar su unidad y que no ocurriera, como pasó con el latín, que el idioma de Alfonso el Sabio se dispersara en diez o doce lenguas romances cuyos hablantes no se entendieran entre ellos. El inolvidado Dámaso Alonso dio la voz de alerta como director de la Real Academia Española. Y esa fue la máxima preocupación de Fernando Lázaro Carreter, que dedicó todos sus esfuerzos a pelear hasta la extenuación para que no se fragmentara el idioma.
El Instituto Cervantes podría haber contribuido de forma eficiente a robustecer las tareas de la Real Academia Española, pero, con algunas excepciones, se ha politizado hasta la náusea, se ha dedicado a enchufar a parientes, amigos y paniaguados del partido en el poder y ha despilfarrado con vehemencia el dinero público. A tal punto, por cierto, que en Madrid, donde le hubiera bastado con una oficina de mil metros cuadrados, dispone del suntuoso y gigantesco edificio que albergó al Banco Central.
Por fortuna, el nuevo presidente, Juan Manuel Bonet, tiene los pies en la realidad. Esperemos que sea capaz de superar los acosos políticos y racionalice una Institución que podría resultar de eficaz apoyo al gigantesco esfuerzo que la Real Academia Española realiza en favor de la lengua de Cervantes y Borges, de García Lorca y Neruda, de Santa Teresa de Jesús y Gabriela Mistral, de Pérez Galdós y Gabriel García Márquez, de Lope de Vega y Ernesto Sábato, de Ortega y Gasset y Octavio Paz, de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa...