Tímido paso adelante en el IVA teatral
Sobre los hombros de la cultura española, Mariano Rajoy cargó el fardo de un IVA voraz. Albert Boadella resumió la tropelía con una frase certera: “Las revistas porno están gravadas con el 3% del IVA; representar a Lope de Vega, con el 21%”.
Noruega carga sobre el teatro el 0% de IVA; Francia, el 2,1%; Suiza, el 2,5%; Grecia, el 6,5%; Alemania, el 7%; Irlanda, el 9%; Italia, el 10%.
Fuimos muchos los que pusimos el grito en la silla curul de Moncloa ante la agresión de Mariano Rajoy al mundo de la cultura en general y al del teatro en particular. Aunque tímidamente, el “llamad y se os abrirá” evangélico ha funcionado.
Tras la cena del Valle-Inclán, premio de referencia del teatro español, acto al que asistió Íñigo Méndez de Vigo, ministro especialmente sensible a lo que significa la cultura, recibí una carta manuscrita suya en la que me anunciaba la reducción del IVA al teatro del 21% al 10%. La cifra se hizo después pública. Agradecí al ministro su deferencia y aunque no se pueden echar las campanas al vuelo monclovita, buena es la reducción, aunque quedemos lejos de Noruega o Suiza.
España se mueve entre los puestos 12 a 14 del mundo como potencia económica. Como potencia cultural, entre el tercero o el cuarto y, si sumamos el área del idioma español, disputaría el lugar de cabeza al mundo sajón.
En opinión de Chomsky, el teatro es el termómetro cultural de una ciudad. Madrid se encuentra, en relación al teatro, entre las cinco grandes capitales del mundo junto a Nueva York, Londres, París y Buenos Aires, con un Berlín que acecha y un Shanghai que despeja ya las brumas del futuro.
Madrid permanece entre las grandes capitales del teatro universal. Emociona contemplar el número creciente de escenas alternativas que compiten con las espléndidas salas comerciales y con un Teatro Real que la sabiduría de Gregorio Marañón ha encaramado en la cumbre de Europa. Al teatro en la capital de España acuden todos los años un millón de personas más que a los estadios de los tres, a veces cuatro, equipos de fútbol de Primera División.
Esa es la realidad desconocida por Mariano Rajoy, al que Pedro Arriola ha situado ante el altar del templo de Nikko, en el que los tres monos célebres contagian la política arriólica: no ver nada, no oír nada, no decir nada.
Los fantasmas de El holandés errante rezuman de las sentinas monclovitas e impregnan la entera cultura nacional, como si fueran el alma de la sociedad capitalista embarrancada en los escollos del siglo XXI. Pero las manifestaciones culturales españolas, siempre críticas con el poder, como es natural, nunca han sido errantes. España en la última centuria ha quedado vertebrada ante el mundo, no por sus políticos tantas veces ignaros, sino por Pablo Picasso, por Plácido Domingo, por Manuel de Falla, por Santiago Ramón y Cajal, por Severo Ochoa, por Antonio Gaudí, por Santiago Calatrava, por Eduardo Chillida, por Luis Buñuel, por Pedro Almodóvar, por Joan Miró y Joaquín Sorolla, por Federico García Lorca y Miguel Delibes, por Pío Baroja y Camilo José Cela, por Ramón María del Valle-Inclán y Antonio Buero Vallejo, por Antoni Tàpies y Miquel Barceló, por Salvador Dalí y Juan Gris, por Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre, por Gregorio Marañón y José Ortega y Gasset, por tantos y tantos nombres que conmueven todavía a las nuevas generaciones.
La reducción del IVA al teatro, aunque se mantenga todavía en niveles muy altos, ha sido un tímido paso adelante. Hay que agradecérselo a la presión de varios medios de comunicación y al talante de Íñigo Méndez de Vigo, que estoy seguro no olvida la grandeza de Charles De Gaulle. Consciente el presidente de la significación de la cultura francesa, creó un ministerio específico y colocó a su frente a André Malraux.