Felipe V se propuso epatar la obra de su abuelo Luis XIV, rey sol de Francia, construyendo en Madrid el mejor Palacio Real de Europa y unos jardines en La Granja que empequeñecieran a Versalles. Lo consiguió en gran parte, aunque el tesoro público solo alcanzó para financiar la tercera parte del Palacio de Oriente, proyectado con dos edificios más que flanquearan al que ahora asombra a todos.
En La Granja se volcó Felipe V. España disponía desde la Edad Media de la maravilla de los jardines del Generalife en la Alhambra granadina. En Europa se hizo sinónimo el alhambrismo de la gran jardinería. La Alhambra nada tenía que envidiar a los jardines zen de Kioto ni a los chinos de la Ciudad Prohibida ni al jardín secreto de la capital coreana.
En La Granja, Felipe V desbordó a Versalles con una jardinería ubérrima y unas fuentes que todavía, más de dos siglos después, parecen un milagro. Además, el primer rey Borbón dotó a sus jardines de La Granja de soberbias realizaciones escultóricas. Se trajo de Francia a una camada de los mejores escultores. Pierre Pitué, Hubert Dumandre, Jean Thierry, Jacques Bousseau, René Frémin...
Instalados en el palacio que reconstruyó Felipe II en Valsaín, junto a un ejército de marmolistas, fundidores, decoradores, amén de artesanos de muy varios oficios, los escultores franceses engrandecieron la jardinería de La Granja. El Rey encargó a René Carlier el trazado y diseño del gran empeño regio y, a pesar de que el arquitecto murió prematuramente, su obra fue continuada por los que le sucedieron. Jean Digard, en su libro Los jardines de la Granja y sus esculturas decorativas, se rinde a la belleza de lo que puede contemplarse ahora en parterres, calles y plazuelas. Franco Panzini, en su célebre obra La evolución del jardín público en Europa desde los orígenes hasta el siglo XX, subraya la calidad jardinera de La Granja. Y sin desdeñar los esfuerzos de catalogación y autentificación de las esculturas por parte de Bottineau, Herrero, Salgado y varios colectivos, la realidad es que faltaba la obra que ordenara, clasificara y autentificara el conjunto de las maravillas escultóricas que enriquecen los jardines reales.
Eso es lo que han hecho Pedro Heras y Javier González-Hontoria en un libro riguroso que no ha sido financiado con dinero público sino con las aportaciones de admiradores y vecinos de La Granja. Publicada por la editorial Farinelli, la obra repasa los más varios aspectos de la escultura en los jardines de La Granja. Desfilan por ella las ninfas, las bacantes, las esfinges, las quimeras, los silenos, nereidas o eólicas y personajes mitológicos como Cibeles, Saturno, Júpiter, Anfítrite, Neptuno, Venus, Diana, Hismenias, Ceres, Baco, Apolo, Dafne, Clío. Mención aparte para las musas Calíope, Polimnia, Melpómene, Euterpe, Talía, Erato, Terpsícore... No faltan en el esfuerzo investigador los jarrones, los pedestales, los bancos... Ni tampoco la mención a una escultura de 1928, costeada por suscripción pública para honrar a la Infanta Isabel, La Chata, obra de Lorenzo Coullaut, al que sería gravemente calumnioso calificar de escultor extraordinario.
El dinero privado, la sabiduría y el trabajo de investigación de Pedro Heras, así como los excelentes dibujos, acuarelas y fotografías de Javier González-Hontoria han cubierto el hueco desatendido por el dinero público, el mismo dinero que se despilfarra en gastos innecesarios, en sueldos para los parientes, amiguetes y paniaguados de los políticos, convertidos los partidos en agencias de colocación. Dinero, en fin, que en parte no desdeñable se pierde también en los bolsillos voraces de los corruptos. Estatuaria: Jardines de La Granja de San Ildefonso es un libro necesario sobre uno de los lugares emblemáticos de la arquitectura, la escultura, el paisajismo y la jardinería en España.