Graciano García ha publicado Teresa, un libro que recoge el extenso poema que dedica a un personaje simbólico. Escribí sobre él un prólogo, del que voy a reproducir en esta Primera palabra los párrafos esenciales.
Graciano García ha sido, antes que nada, un periodista que olfateaba las noticias como un sabueso, seguía el rastro de sus huellas fugitivas y las llevaba luego a los periódicos impresos, hablados, audiovisuales o digitales. Fundó los Premios Príncipe de Asturias. Los convirtió, tras los Nobel, en los más importantes del mundo. Creó y presidió uno de los grupos editoriales de máximo relieve. Escribió libros. Dictó discursos y conferencias. Ha vivido, en fin, una vida plena de éxitos y realizaciones. Una vida que apenas cabe en las 500 páginas de prosa suculenta que le dedicó Juan de Lillo en su libro biográfico.
Desde la cumbre de su experiencia, y en un ejercicio clásico de gran escritor, dedica ahora a Teresa o la juventud un extenso poema en el que desgrana, junto al temblor lírico, saberes y consejos.
Se queja el poeta de las leyes perversas y mezquinas padecidas por España durante la dictadura. Regala a Teresa sus mejores versos porque cerca de ella hay libertad y concordia, amor y esperanza. Se expresa Graciano García con palabras que no estén heridas por el tiempo y que ayuden a las adolescentes a no extraviarse en la niebla, que contribuyan a que no vivan una vida vacía y sin destino. Se considera el poeta un náufrago que ha llegado a la orilla donde duermen viejas anclas y esperan inquietos barcos. La vida ha ido dejando en él huellas profundas, enseñanzas grabadas a fuego. Le acompañaron durante largos años el silencio, el luto y la pena de aquella España secuestrada por la latente sombra de Caín, donde hasta el escaso pan que había se comía con temor. Llegaron, por fin, los días de la democracia, y Graciano García le recuerda a Teresa que la libertad no se regala, que siempre está amenazada, que hay que defenderla o conquistarla, incluso con heroísmo supremo.
“Nunca claudiques a los caprichos del azar. No te rindas nunca”, escribe a la adolescente, que, con 18 años, está ya en los umbrales de un tiempo crucial. Anima a Teresa a hacer el bien, a crear belleza, a combatir la noche de la ignorancia y edificar un mundo más generoso y mejor. “Para tan arduo y apasionante viaje, no quieras demasiado equipaje”. Le pide que llene su corazón de amor, que se libre del rencor, la discordia y la envidia, y así, al llegar la noche, podrá decir que todo su tiempo ha sido llama viva. Llama de amor viva que tiernamente hiere de su alma en el más profundo centro, como en San Juan de la Cruz.
Quiere que no lleguen las lágrimas al corazón de Teresa y por eso deberá alejar de ella la injusticia, la soledad, la pobreza, el rencor, el hambre y la miseria. Quiere que la jovencita ame la belleza y el arte en todas sus expresiones. La cultura, que significa la rebelión contra todas las formas de opresión, “si no es traicionada por la codicia y la vanidad, se encauza hacia el saber verdadero, que dará luz, te alejará de la confusión, te defenderá de la fugacidad, de la ligereza en el pensar y el hacer, enfermedades de este tiempo”.
Aconseja a Teresa, es decir a la juventud, que no se deje guiar ni por la frivolidad ni por el esnobismo, que huya de los excesos y del dogmatismo, que no se rinda ante la adversidad ni claudique ante la mentira, pero sí ante la bondad, la generosidad y la belleza. Nadie posee la verdad entera. Solo respetando la de los demás se consigue el respeto de todos, de los que son amigos y de los que no lo son.
“Espera -le escribe- aprende a esperar que en la espera el árbol fructifica”. Y le anima a viajar porque así entenderá mejor lo que nos une a todos por encima de razas y fronteras. Y cuando el amor verdadero aparezca en su vida, sentirá la emoción del manantial al brotar, al salir a la luz de entre las entrañas de las piedras. Estamos ante la más maravillosa aventura de nuestra existencia. Alienta, en fin, el poeta a Teresa a que construya su hogar como se hacen las estrellas. Granan los versos de Graciano García en intensidad y abren sus surcos en el olvidado mañana. Asegura a la niña que, a pesar de tanta injusticia, de tan inquebrantable dolor, nada ha sido en vano. No se ven las raíces que crecen bajo tierra. Pero allí están.