Entre los actores españoles, es uno de los nombres grandes. Domina todos los registros. Puede interpretar con maestría cualquier papel. Es dueño de la expresión corporal, de la intensidad en la mirada, de la exacta vocalización. No cae nunca ni en el aspaviento ni en la sobreactuación. Es un hombre muy inteligente que ha trasladado a la representación la lucidez mental.
Publica ahora un libro de memorias que he leído con interés. Árbol adentro, río arriba, Antonio Resines remonta su vida para conducirnos al manantial en donde fluye la madre añorada, la abuela, la tía Mari, el hermano Moncho, el entorno familiar y vecinal de la madrileña calle Sáinz de Baranda. Su padre le llevó al rodaje en el Retiro de El fabuloso mundo del circo, con John Wayne y Rita Hayworth, y allí explosionó su vocación artística. A los 14 años tuvo Antonio Resines su primera novia, lejana y sola, y un perro, Dino, que pasaba el invierno en casa de la abuela.
Se descarga el actor en la incesante ironía, heredada de su madre. El sentido del humor impregna las páginas de este libro de memorias, haciéndolas auténticas y divertidas. Resines se ríe de casi todo y especialmente de sí mismo. Escribe sin pretensiones, con sencillez y soltura, certero en la sintaxis, sobrio en la adjetivación y la metáfora, sagaz en el análisis y el juicio. Su facilidad de exposición al hablar pudo truncarse porque en un accidente se fracturó la boca. "No sé cómo describir lo que sangra una lengua partida en dos, pero es lo más parecido a un surtidor".
Estudió en el Colegio del Pilar y los marianistas le dejaron huellas que, aunque fugitivas, todavía perduran en su vida y en su pensamiento. Conoció en la Universidad a Fernando Trueba, a Carlos Boyero, a Oscar Ladoire... Las memorias empiezan a galopar entonces por una vida extraordinaria, desde los recuerdos de la mili hasta los grandes éxitos en el cine y la televisión. “Yo creo -le espetó un día Boyero- que el peor actor de la historia del cine soy yo”. Y Resines escribe: “Trueba y Colomo son peores pero no quiero extenderme en este punto”. En una película con Carmen Maura, un crítico vomitó: “Menos mal que Resines se muere en la primera secuencia”. El actor lo cuenta sin rencor ni resentimiento, divertido ante la procacidad intelectual.
Antonio Resines supo situarse enseguida por encima del bien y del mal y se hizo impermeable a las críticas. También a los elogios. Se vuelca en favor de sus compañeras y de sus compañeros. Considera, por cierto, a Belén Rueda una actriz magnífica, opinión que comparto, y hace desfilar por el libro a los nombres más destacados del cine nacional y también del internacional. Lo hace con generosidad aunque de vez en cuando clava rejones en todo lo alto. Se detiene en Los Serrano, la serie de televisión que consolidó su fama. Pasa de puntillas por encima de sus sesenta filmes, de sus treinta series de televisión, incluso de sus éxitos grandes, del Goya por La buena estrella y de las películas encumbradas con el Oscar. Admira a Fernando Trueba. Elogia a Assumpta Serna, Charo López, Santiago Ramos, Alfredo Landa, Maribel Verdú, Alex de la Iglesia, Jorge Sanz, Rocío Jurado, Mónica Randall, Santiago Segura, Concha Velasco, la inmensa Penélope Cruz, capítulo aparte para Pedro Almodóvar. Se detiene en su presidencia de la Academia de Cine, donde hizo una gestión de extraordinaria eficacia que ahora le reconocen todos porque demostró moderación, mano izquierda, habilidad empresarial, sentido de la justicia y de lo que históricamente significa el cine en el mundo de la expresión cultural.
En medio de tantos éxitos y tanto fulgor, predomina el entorno familiar, junto a Ana, la mujer amada, Ricardo, el hijo, el padre José Ramón y, sobre todo, la madre Amalia, cuya muerte relata con sobriedad y el corazón devastado, con heridas todavía sin cicatrizar. Un libro de memorias, en fin, que se lee de un tirón, que divierte y hace pensar y que esconde tras sus páginas a un personaje de profunda humanidad, inteligencia clara y espíritu permanente de solidaridad.