Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó son los alfiles que han emprendido, sobre el tablero teatral madrileño, la más audaz aventura de vanguardia: el Kamikaze. Estamos ante el intento de integrar al público en la profesión, de superar el desdén histórico que ha venido relegando al cómico en el zaquizamí de la historia. Son muchas las comedias con que Kamikaze, desde el teatro Pavón, ha renovado la escena madrileña y la ha hecho crecer en influencia y sabiduría.
Basta recordar a la incandescente Maria Hervás en Iphigenia en Vallecas; a Irene Escolar en el Blackbird célebre de David Harrower; a Carmen Machi, en la Antígona clásica de Sófocles; a tantas y tantas obras, mayores y menores, que han encendido los dos escenarios del Pavón.
Así es que acudí, seguro de no equivocarme, a Escenas de caza, el formidable alegato escrito por María Velasco contra el acoso que sufren los hombres y las mujeres por razones ideológicas, físicas, sexuales y sociales, descarnadas por la autora cuando un joven retorna a su lugar de origen. Una escenografía en erección, obra de Alessio Meloni, una emotiva música certera de Mariano Marín, el fulgor de la iluminación de David Picazo, encuadran la interpretación coral que el director, Alberto Velasco, maneja con audacia y alguna desigualdad. Carmen del Conte, Karmen Garay, Rubén Frías, Borja Maestre, Sara Párbole, Txabi Pérez, María Pizarro, Julio Rojas y Sam Slade robustecen el éxito de la comedia vertebrada por danzas galopantes y buscadas sobreactuaciones. Tiene defectos Escenas de caza. Dejo a la crítica especializada que los descubra y subraye. Eso sí, justo es decir que el público puesto en pie se fundió en aplausos inacabables al concluir la representación a la que yo asistí.
Y la clave del éxito, María Velasco. El teatro le rezuma por los poros todos de la piel. Creo no equivocarme al augurar a esta autora un futuro de copiosos triunfos en las cumbres del teatro español. Tiene mucho talento, una escritura insolente y una sagacidad psicológica que desnuda a los personajes y los deja in púribus ante el público. Había ya una dramaturga en La soledad del paseador de perros, en Günter o en La ceremonia de la confusión. Pero la calidad intelectual y el conocimiento teatral han granado ya de forma concluyente en estas Escenas de caza, con antecedentes en Martín Sperr, y zarandeadas a ráfagas por Ionesco y Beckett, si bien las creaciones de María Velasco alientan ya en la última vanguardia y se encaraman por encima del teatro del absurdo.
“El argumento de Escenas de caza es -según escribe la autora- extrapolable a muchos otros contextos sociohistóricos, y necesariamente va a interpelarnos, removernos y a hacer que nos repensemos todos en nuestros roles intercambiables de furtivos, cazadores, perros, reclamos, presas… Intercambiables, porque, como todos sabemos, también existen los cazadores cazados”.
En el excelente espacio cultural que conduce Antonio Gárate en Televisión Española, me preguntaron por la realidad del teatro, hoy, en Madrid. Era muy fácil responder. Pues a pesar del IVA voraz; a pesar del desdén con que muy numerosos políticos distinguen a la escena; a pesar de la cicatería y la cutrez de las subvenciones, la realidad es que la capital de España se encuentra con relación al teatro entre las cinco primeras ciudades del mundo, junto a Nueva York, Londres, París y Buenos Aires, con Berlín creciendo y Shanghái al acecho. Y el teatro, según la certera expresión de Noam Chomsky, es el termómetro que mide la temperatura cultural de una nación.