José Ortega y Gasset está considerado como la primera inteligencia del siglo XX español. Nadie niega seriamente su influencia sobre la intelectualidad de la pasada centuria. Era tan transparente y claro, dije en alguna ocasión, que parecía el alquimista capaz de reducir toneladas de carbón a un diamante.

Nadie tiene hoy la autoridad intelectual que Ortega y Gasset mantuvo en España durante muchas décadas. Pero si hay algún filósofo que se le acerca, ese es Emilio Lledó, autor de una vasta obra de pensamiento en la que destaca El epicureísmo, El silencio de la escritura, Filosofía y lenguaje, Elogio de la infelicidad y Fidelidad a Grecia. A Emilio Lledó le leen y le siguen sobre todo los jóvenes de las nuevas generaciones. En medio del gran debate político sobre la educación, Emilio Lledó ha publicado un libro presente hoy en los comentarios de todas las publicaciones serias. En él, el autor de El surco del tiempo reflexiona sobre la idea educacional de Ortega y Gasset en su obra Misión de la Universidad, que se enreda en la pluma de Lledó junto a libros capitales de Schelling, de Fichte, de Schleiermacher, de Steffens y de Guillermo de Humboldt.

Emilio Lledó expresa alguna discrepancia con Ortega sobre su opinión acerca de la Universidad alemana. Después se suma a la idea del autor de La rebelión de las masas sobre la Universidad entendida como la continuidad de la ciencia. Y de ahí la importancia clave de la investigación, según afirmó Das Gupta, deslumbrante filósofo indio, autor de la Introducción a la filosofía tántrica. Las nuevas generaciones se benefician del esfuerzo de las generaciones anteriores, investigan a fondo y transmiten a las generaciones siguientes el resultado de esa investigación. El pensamiento del autor de La idea de principio en Leibniz no puede estar más claro. Sin investigación no hay Universidad.

Emilio Lledó propugna, en contra de las cerriles políticas al uso, la recuperación plena del estudio de las Humanidades. Es el David de la inteligencia lanzando ideas desde su onda sobre el Goliat de una clase política mediocre y moribunda. Werner von Braun afirmó tras la llegada del hombre a la Luna: “Este logro se ha conseguido porque hubo un humanismo grecolatino”. Lección magistral de un hombre de ciencia. Sin la filosofía griega, sin el derecho romano, la ciencia ni hubiera sido respetada ni habría podido prosperar.

Emilio Lledó subraya la vigencia de la filosofía, hoy, y se escandaliza ante los que quieren jibarizarla en los estudios universitarios. “La filosofía -escribe- es, casi exclusivamente, un lenguaje que se consume dentro de los cerrados límites de su propio discurso, y sus propuestas y mensajes, por muy trascendentes que puedan llegar a ser, han quedado, casi siempre, reducidos al estrecho dominio de los especialistas, aunque, como hoy ocurre, sean numerosas también las instituciones por las que el saber filosófico circula”. Y cita a Moriz Schlick porque no quiere que se pierda el profundo aliento metafísico, la más decisiva llamada ontológica: “La filosofía es de siglos, no de días”.

Emilio Lledó reflexiona sobre el acoso de la tecnología y piensa que es necesario embridarla para que la información no termine desembocando en los albañales de la desinformación. Aristóteles, en su Política, recuerda a Sténtor, el heraldo de La Ilíada, “cuyo alcance marca el límite fuera del cual ya no hay polis”. Porque “allí donde la voz no llega, no llega el hombre”.

En este espléndido libro, Sobre la Educación, que acaba de publicar y que exige dilatado y pausado tiempo para la meditación, Emilio Lledó plantea también, de forma muy inteligente, la necesidad de la literatura. Y lo hace desde “un mundo hecho lenguaje” que se argumenta y construye en “un infinito espacio donde todo el decir, todo el sentir, es posible”. Y concluye el gran filósofo con esta afirmación que tal vez debería figurar en el frontispicio del Congreso de los Diputados: “La lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad.”