Leonardo da Vinci
Si hubiera que señalar a los diez personajes más destacados de la Historia Universal, Leonardo da Vinci figuraría entre ellos y tal vez en cabeza. He terminado de leer las 500 páginas de la nueva biografía de Walter Isaacson, que es objetiva y no apologética, y mi admiración por el personaje se ha acrecentado. De no creer tanta sabiduría y tantas anticipaciones en un siglo de tinieblas como el XV. En mi biblioteca se arraciman medio centenar de libros sobre el genio. No quiero dejar de mencionar el relato novelado de Luis Racionero porque pocos como él han comprendido la dimensión del hombre que pintó Mona Lisa y diseñó las primeras máquinas voladoras.
No era Leonardo ni soberbio ni presuntuoso, pero sabía muy bien la consideración que se merecía: “Puedo esculpir en mármol, bronce y yeso, así como pintar cualquier cosa tan bien como el mejor, sea quien sea”, escribió al soberano de Milán. Y quien sea era Miguel Ángel. También Rafael, Mantegna, Fra Angélico, Bellini, Chirlandajo, cercano el aliento de Tiziano, Tintoretto y Veronese.
Lo que demuestra el libro de Isaacson es que Leonardo da Vinci se consideró siempre un científico, con especiales facultades para la invención, la investigación, la ingeniería y la anatomía. Queda claro, conforme al biógrafo, que Leonardo no contraponía, sino que armonizaba el arte y la ciencia. Y que sus inquietudes abarcaban todas las cuestiones humanas porque tal vez no haya existido nunca un hombre tan universal como él en el área del conocimiento. Nada escapaba a su curiosidad y a su estudio.
Walter Isaacson ha escudriñado los principales escritos de Leonardo, además del Tratado de la pintura, y, entre ellos, los códices de Madrid; también el códice Leicester, sobre el agua; el Arundel, sobre arquitectura y mecánica; el Forster, sobre maquinaria y geometría; el turinés, sobre el vuelo; o el trivulziano, sobre las aves. No rechaza Isaacson la biografía clásica de Giorgio Vasari, que se publicó en 1550 y que ha vertebrado una buena parte de las obras escritas sobre el genio. La completa con una investigación rigurosa de aspectos desconocidos de la vida y la obra del pintor de La Virgen de las rocas.
Para la cultura popular, Leonardo da Vinci es un pintor comparable a Velázquez, Rembrandt, Rafael Sanzio, Miguel Ángel, Goya, Turner o Picasso. Pero la nueva biografía subraya que estamos ante un hombre universal, por encima del pintor, del escultor, del arquitecto, del ingeniero, del matemático o del científico. Leonardo da Vinci es el pasmo de la condición humana. El primer artículo que yo publiqué, a los trece años en la revista del Colegio del Pilar, estaba dedicado íntegramente a Leonardo da Vinci. Me produce ternura recordarlo tras leer la monumental biografía que Walter Isaacson, tras triunfar con las de Einstein y Steve Jobs, ha escrito sobre aquel genio definitivo de vida turbulenta que murió en brazos del Rey Francisco I de Francia.
Zigzag
Suecia, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Bélgica, Holanda, Austria, Canadá, Estados Unidos y Japón son las diez naciones que, porcentualmente, más dinero dedican al I+D. Seis Monarquías encabezadas por Suecia, cuatro Repúblicas con Finlandia al frente. La potencia económica y el PIB nacional agigantan, sin embargo, la cifra de Estados Unidos. A España, en una posición mediocre, le salvan las grandes empresas cuyos responsables han comprendido la importancia de la investigación. La economía privada supone el 54,2% del total del gasto en I+D. Está claro, en todo caso, que la dimensión real de una nación puede medirse por lo que gasta en investigación. El I+D no es una entelequia. Subraya, entre otras cosas, la musculatura real del país. Retroceder en I+D en los Presupuestos Generales del Estado es un error, un inmenso error.