La mujer ha sido sistemáticamente discriminada en la expresión pictórica desde Zeuxis de Heraclea y Parrasio de Éfeso hasta muy entrado el siglo XX. Me parece absurdo argumentar que no aparecen nombres femeninos entre los pintores más vendidos. En el siglo XV de Leonardo, en el XVI de Tiziano, en el XVII de Velázquez y Rembrandt, en el XVIII y XIX de Goya y de Turner, la mujer estaba relegada y, salvo alguna contada excepción en el Renacimiento y el Barroco, no pintaba nada. Así que es imposible que se coticen sus pinturas.
En el siglo XX, las cosas empezaron a cambiar y, aunque todavía falta por avanzar el noventa por ciento del camino, se pueden señalar nombres de mujer que compiten con los hombres. Ahí están en España María Blanchard, Maruja Mallo, Carmen Laffon, Soledad Sevilla, Mercedes Gómez-Pablos, Victoria Civera, Nuria Llimona, Carme Serra, Ángeles Agrela, Menchu Gal, Sofía Gandarias, María José Bro o Teresa Duclós, por citar solo algunos nombres de una lista que se haría interminable. Y fuera de España, Tarsila do Amaral, Marily Minter, María Lassnig, Paula Rego, Remedios Varo, Ethel Gilmour, Bárbara Trentham, Beatriz González, Raquel Forner, Marlene Dumas, Loredana Cozzi, Joan Mitchell y otras muchas han alcanzado cotizaciones millonarias.
No veo ninguna razón objetiva para que la mujer no se pueda equiparar con el hombre en las artes plásticas. Comprendo que no lo haga en el fútbol, el tenis o el atletismo. Pero en la fuerza de la inteligencia, hombre y mujer son iguales. El machismo ha impuesto su discriminación a lo largo de los siglos en las artes, las ciencias, la artesanía, la música, la teología, la filosofía… En la literatura, incluso.
Afirmar como ha hecho un periódico que no hay una sola pintora cuyos cuadros figuren entre los 50 más vendidos del último año es una verdad a medias. La descarga de la discriminación histórica ha sido abrumadora y pasarán muchos años antes de que se modifique la situación. Mi inolvidado amigo Juan Eduardo Cirlot solía explicar cuánto se alegraba al descubrir talentos femeninos para su Diccionario de los ismos. Este artículo carece de espacio para consignar los nombres que el gran crítico incluyó tras su larga investigación. Paso a la mujer que se abre paso. Desechemos las cuotas que significan una agresión para la dignidad femenina y exijamos que se señale el mérito allí donde se produce. En las subastas de más relieve, en las colecciones más selectivas, en los museos importantes de arte contemporáneo, en los congresos más concurridos, las pintoras ocupan ya un lugar destacado, aunque sea todavía muy largo el camino que deben recorrer.
La pintura no es territorio reservado a los hombres. En cuanto las mujeres se han soltado las cadenas del convencionalismo social, han empezado a surgir nombres relevantes. De forma especial, claro, en los países occidentales porque en el mundo islámico, por poner un ejemplo, todavía los grilletes impiden que la mujer exprese toda su fuerza creadora en la pintura. Los grandes marchantes del arte lo han comprendido muy bien y en sus agendas figuran muchos nombres femeninos de Estados Unidos, Italia, España, Francia, Holanda, Polonia, Grecia y Alemania.
“El arte como el hombre -escribe Cirlot- se encuentra entre dos fuerzas contrarias que lo solicitan: una es la belleza de la serenidad absoluta; la otra, la fascinación del abismo”. Zarandeadas por las inclemencias de los temporales artísticos, son muchas las mujeres que, sin embargo, ocupan hoy lugares descollantes, condicionando además las innovaciones provocadoras y las imprevisibles vanguardias del tiempo que nos ha tocado vivir.