La temperatura cultural de una ciudad se mide con el termómetro del teatro. Nueva York encabeza destacadamente el mundo. Londres conserva su jerarquía. Madrid y París mantienen el pulso, aunque el idioma español ha derrotado con amplitud al francés, a pesar de los generosos presupuestos con los que el Gobierno galo se ha esforzado por prolongar su antigua grandeza. Buenos Aires ocupa un destacado quinto lugar. Berlín crece de forma imparable y Shanghái está al acecho.
La semana pasada se representaron en Madrid cerca de dos centenares de obras de teatro, desde una enervante comedia de Harold Pinter en El Montacargas a una endeble Lucía de Lammermoor en el Teatro Real, que alcanzó, sin embargo, éxito abrasador con un público rendido ante la calidad de la soprano Lisette Oropesa.
Acudí al teatro Fernán Gómez para contemplar una obra del sueco Lars Norén, aquí titulada Placeres íntimos. La comedia está en la órbita de Tennessee Williams, calentada, eso sí, por el hielo nórdico. Francisco de Quevedo anticipó los oximorones. Hielo abrasador, fuego helado, herida que duele y no se siente. El poeta más desgarrado de nuestro Siglo de Oro hacía juegos malabares con las palabras. Placeres íntimos sitúa ante el lector la desestructuración familiar, la tragedia íntima de los gritos, los insultos, las imprecaciones, los malos tratos, los desencuentros en el hogar. Lars Norén conduce la tensión hasta el paroxismo pero la caricatura funciona: el público se prende en la escena y aplaude a rabiar al terminar la función.
La obra de Lars Norén la ha dirigido José Martret, con espacio escénico de Isis de Coura, y está interpretada por Toni Acosta, Cristina Alcázar, Javi Coll y Francisco Boira. Al trabajo de los actores y las actrices se le puede premiar con sobresaliente, aunque a ráfagas el humo de ciertas sobreactuaciones nublara el escenario. Me sorprendió Toni Acosta, que, tras triunfar en la televisión y el cine, se ha convertido en una gran actriz de teatro. Pasa la batería, habla con certera vocalización, domina la expresión corporal y derrocha en su interpretación muy varios registros. Toni Acosta se ha instalado ya en el pelotón de cabeza de nuestras actrices más destacadas.
Mariano Rajoy, que tantos éxitos ha cosechado en su gestión económica, desatendió con ruda tenacidad el mundo de la cultura. Gravó las revistas porno con un 4% de IVA pero para ver una obra de Buero Vallejo o de Lope de Vega el espectador ha tenido que pagar el 21%. No acudió a un solo estreno, ni siquiera a los de Mario Vargas Llosa, peruano y español, premio Nobel de Literatura, académico de la Real Academia Española, defensor de la unidad de España frente al intento de golpe de Estado de Carlos Puigdemont y sus compinches.
A Mariano Rajoy le corresponde el raro honor de ser el único presidente del Gobierno que, con siete años de mandato a las espaldas, no ha visitado la Academia. Dos destacados presidentes de la República, Castelar y Alcalá Zamora, fueron académicos de número de la Real Academia Española, así como media docena de destacados presidentes del Gobierno. Alfonso XII, Alfonso XIII, Juan III y Juan Carlos I presidieron diversas ceremonias de ingreso y Don Felipe y Doña Letizia han asistido a plenos de la Academia, participando en ellos como el resto de los académicos.
A pesar de varios artículos de relieve que en su día le aconsejaron mantener el ministerio de Cultura, Rajoy lo suprimió de un plumazo para recibir ahora el cachete de su sucesor Pedro Sánchez, que ha comprendido la importancia de la expresión cultural en España, consciente de que al teatro en Madrid acudieron en 2017 un millón de personas más que a los estadios de los cuatro equipos de Primera División.