Salomón y Sulamita, 'El Cantar de los Cantares'
Desde la versión de Fray Luis de León en 1561, El Cantar de los Cantares, ha conocido un centenar de adaptaciones y traducciones al español. Tengo en la memoria muchas de ellas y recuerdo de forma especial la de Carlos Morales en El Toro de Barro. Ahora, Víctor García de la Concha, que es un sabio de la poesía clásica y también de la contemporánea, ofrece a los lectores una edición definitiva, la de editorial Vaso Roto, que acompaña con un estudio científico del gran poema en la versión de Fray Luis. Estamos ante un trabajo de primer orden que acredita la calidad literaria y la profundidad de pensamiento de un hombre como García de la Concha, que ha dedicado su vida entera al estudio de la palabra.
Los amores de Salomón y Sulamita se encienden en unos versos instalados en la cima de las letras universales. Inspiraron, por cierto, de forma intensa a San Juan de la Cruz, el primer nombre de la poesía española de todos los tiempos.
“No me miréis que soy algo morena, porque miróme el sol”, se lee en El Cantar. “No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme…”. “Tortolicas de oro haremos, esmaltadas de plata”, reza El Cantar. Y San Juan escribe: “…y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado”. Dice Salomón en El Cantar: “Nuestro lecho está florido”. Y San Juan tras los oximorones de “la música callada” y “la soledad sonora”, añade: “Nuestro lecho florido de cuevas de leones enlazado…”.
La Esposa habla del Amado en El Cantar de los Cantares: “…viene estremecido por los montes y saltando por los collados”. Y San Juan se recrea en el temblor de una de sus más bellas liras: “Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura”. El Esposo se expresa así en El Cantar: “Prendedme las raposas pequeñas, destruidoras de viñas…” Y San Juan: “Cogednos las raposas, que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas hacemos una piña y no parezca nadie en la montiña”.
Salomón pone en boca de la Esposa: “El Amado mío es mío, y yo soy suya, que apacienta entre las azucenas”. Y San Juan: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”. En El Cantar: “…mil escudos cuelgan de ella, todos escudos de poderosos”. Y San Juan: “…en púrpura tendido, de paz edificado, de mil escudos de oro coronado”. Escribe Salomón en El Cantar de los Cantares: “…vuela, cierzo, y ven tú, ábrego, y orea el mismo huerto y esparzánse sus olores”. Y San Juan: “Detente, cierzo muerto, ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto y corran sus olores y pacerá el Amado entre las flores”. La Esposa se expresa en El Cantar: “No sé: mi ánima me puso como los cerros de Aminadab”. Y San Juan: “Que nadie lo miraba, Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía”. En El Cantar: “…daríate a beber vino adobado y el mosto de las granadas mías”. Y San Juan: “…al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino”, “…y allí nos entraremos y el mosto de granadas gustaremos”.
Como reconocimiento a Carlos Morales, me parece más certero su verso: “Hermosa eres, oh amiga mía, como las tiendas de Quedar, dulce y encantadora como Jerusalén, terrible como un Ejército en orden de batalla”, mejor digo que la traducción clásica: “Hermosa eres, oh amiga mía, como Thirsá, bella como Jerusalén, terrible como los escuadrones con banderas tendidas”.
En medio de las tensiones económicas y las agitaciones políticas, releer El Cantar de los Cantares, tan profundamente estudiado por Víctor García de la Concha, es un remanso para el buen gusto literario, para el silbo de los aires amorosos, en la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, durante la cena que recrea y enamora.