“Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y, en sitio y en belleza, única”.
Alfredo Alvar ha replicado con esta frase de la segunda parte del Quijote a la atrocidad de algunos ultras de la extrema izquierda que se esforzaron por yugular un homenaje literario en la Universidad de Barcelona a Miguel de Cervantes, el nombre más sobresaliente de la entera Historia de España.
El autor del Quijote que se extasió ante Sevilla -“¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza?”- demostró a lo largo de su vida especial predilección por Barcelona, ciudad española que condensa todas las virtudes culturales e intelectuales de España.
“…en media docena de alusiones de Cervantes a Barcelona -escribe Alvar- se destila por la tinta de su pluma su innovación, su inmensa y multisecular creatividad, su sensibilidad extrema y su inconmensurable respeto y admiración hacia lo catalán en general y lo barcelonés en particular”.
Cervantes, en fin, llevó al arrogante Caballero de la Blanca Luna a la playa de Barcelona para burlarse de Dulcinea y derrotar en el torneo a un Don Quijote al que sus amigos devolvieron a la cordura y a la tranquilidad del ánimo. Lope de Vega, que odiaba a Cervantes y su inacabable talento literario, afirmó para regocijo de los catalanes más exigentes: “…así la gran Barcelona está a la entrada de Europa, sirviendo de arquitectura para su famosa fachada”.
Nada más inteligente que la apelación, al menos desde el punto de vista literario, a la concordia entre Cataluña y el resto de la nación en estos años patéticos de agresiones, manipulaciones, torpezas y despropósitos sobre una de las regiones clave en la Historia de España. Cervantes escribió acerca de Barcelona lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles. Gran acierto de Alvar al recordarlo. Las palabras del genio construyen los puentes del eterno retorno a la admiración popular por Barcelona y los catalanes.
Nadie ha conocido la obra de Cervantes de forma tan sabia y científica como Martín de Riquer, el escritor que fue consejero del Consejo Privado de Don Juan III de Borbón, Conde de Barcelona, y que se sintió siempre profundamente español porque era profundamente catalán.
Una tarde, paseando por el Estoril de todas las nostalgias, me explicó el desdén de Lope de Vega por Cervantes, la irritación de Pasamonte y la autoría del Avellaneda.
Los catalanes, tan corteses, tan pacíficos, tan suaves, escribió Cervantes en Trabajos de Persiles y Sigismunda, son “gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defender las entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo”.
Los políticos pueden acentuar su estupidez cegando los puentes del entendimiento y la concordia. El pueblo llano y los escritores de la más alta creación literaria se darán la mano por debajo de esos puentes para mantener a Cataluña en el lugar que le corresponde: en la España histórica, patria común durante más de cinco siglos de los hombres de buena voluntad de toda la geografía nacional.