Autoridades de reconocido prestigio en el mundo de la comunicación afirmaron en los años 20 del siglo pasado que los periódicos impresos se convertirían en una reliquia ante el impulso de la radio naciente. Durante una década fue un axioma afirmar que el periodismo hablado se iba a merendar al periodismo impreso.

No fue así. La Prensa y la Radio forcejearon, encontraron sus espacios y convivieron. La Prensa perdió el monopolio de dar las noticias pero conservó, en gran parte, la valoración, el análisis y la opinión.

Al irrumpir la Televisión en los años cincuenta, expertos muy cualificados vaticinaron la derrota de la Radio y la Prensa ante un medio que deslumbraba en los domicilios familiares. Tampoco fue así. La Radio siguió, en gran medida, dando las noticias, la Televisión las enseñaba y la Prensa las valoraba y analizaba. Durante cinco décadas los tres grandes medios de comunicación se han complementado y han cohabitado, sin monopolios y con alto beneficio para un derecho, el de la información, que no es de los periodistas sino de la ciudadanía. La aldea global de McLuhan se hizo realidad.

Las redes sociales han trastocado profundamente el mundo de la comunicación. El teléfono móvil, por ejemplo, es ya el tercer brazo del hombre. Cabe en la mano y se ha convertido, escribí en esta página, hace dos años, “en el ordenador de bolsillo. Ha enterrado al reloj, sobre todo al despertador. Funciona como brújula exacta. Graba la voz igual que el mejor magnetófono. Hace fotografías y vídeos con rara perfección. Se escuchan en él las cadenas radiofónicas. Se ven los canales de televisión. Es una fabulosa discoteca y reproduce al instante la música deseada. Atesora la biblioteca más completa, desde las grandes enciclopedias y las obras literarias de todos los tiempos hasta el último libro de actualidad. Toma la tensión, el pulso, controla la salud. Registra la actividad física, los pasos que damos o las escaleras que subimos. Acumula atractivos juegos para el descanso y el entretenimiento de los niños y de los adultos. Ha desplazado a la agenda de notas. Permite la lectura de periódicos de todo el mundo. Es una calculadora precisa. Informa del tiempo y de la hora en cualquier ciudad del mundo. Ha barrido todos los diccionarios. Traduce la mayor parte de los idiomas y puede hacerlo con voz y pronunciación precisas. Es un atlas geográfico completo. Aprovecha de la forma más cómoda el GPS. Es álbum de fotografías, recordatorio de aniversarios, linterna infalible. Ha sustituido en gran parte el correo, las cartas y los telegramas. Transmite y recibe del entero mundo mensajes escritos, hablados y toda clase de fotografías”. El ciudadano, en fin, lleva en el bolsillo un ordenador que lo abarca todo con centenares de funciones que facilitan su existencia. Y a través de las redes sociales puede mantener y recibir comunicación abierta con gentes de los cinco continentes. De la aldea global se ha pasado al patio de vecindad mundial.

Las plataformas audiovisuales, por otra parte, crecen de forma imparable. Netflix, por ejemplo, superará el año que viene los 200 millones de suscriptores. Amazon Prime y HBO se engrandecen aceleradamente y las redes sociales están presentes de forma instantánea en la vida de los habitantes todos de la Tierra. Y lo que casi nadie podía esperar: el consumo tradicional de televisión en casa y ante la pantalla disminuye de forma constante. Morgan Stanley ha cuestionado, incluso, el valor de los grupos tradicionales de televisión cuyas acciones se mantendrán a la baja en el próximo futuro.

En Europa y en Estados Unidos, el tiempo que una persona está ante la pantalla del teléfono móvil ha superado ya al que permanece ante el televisor. Se trata de un hecho contrastado, no de una especulación. El mundo digitalizado y globalizado se impone. Estamos presenciando la aurora de una época nueva. Transcurrió la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. Estamos ya en la Edad Digital.