La epopeya de Gilgamesh se alza en el alba de la literatura universal. “La destrucción y la muerte no llegan jamás a la altura de la vida... -escribe José Luis Sampedro- Gilgamesh, el héroe que vio en lo profundo, es hijo de diosa y hombre, tenaz buscador de la inmortalidad tras llorar la muerte de su más que amigo Eukido, hijo absoluto de la Tierra”. Como en otras epopeyas, también en ésta se narra y ensalza la vida de un hombre.
¿Y las mujeres? Graciela Rodríguez Alonso ha escrito un libro de recia hondura intelectual: La epopeya de las mujeres (La Huerta Grande), que condensa la lucha universal del feminismo contra el desdén y la injusticia. Graciela Rodríguez Alonso no necesita de cuotas. Paso a la mujer que se abre paso. En su libro desgrana su sólida cultura. También una escritura que ha alcanzado ya el grupo de cabeza de las letras españolas. Lo primero que destaca es la belleza literaria.
Mary Wollstonecraft escribió en 1792 Reivindicación de los derechos de la mujer y Seneca Falls, en 1848, Declaración de sentimientos, los textos fundacionales del feminismo. Hasta setenta años después, en 1920, la mujer no conquistó en Estados Unidos el derecho al voto. En 1908, finlandesas y noruegas se encaramaron en el sufragio. Las británicas en 1928, las españolas, empujadas por Clara Campoamor, en 1931. Simone de Beauvoir alertó en 1949 en El segundo sexo la conveniencia de aprovechar la política para que la mujer conquistara la igualdad. Coincidió con Germaine Greer, autora de La mujer eunuco, libro imprescindible para entender el feminismo.
“Hubo un tiempo de soledad. Sumisión y obediencia, alas arrancadas para tejer nidos con ellas, la sangre arrebatada en el altar del sacrificio. Un tiempo de esclavitud e impotencia, de lenguas cortadas, palabras repudiadas y ruecas crueles”, escribe la autora. Durante siglos la vida ha consistido para las amas de casa en fregar, coser, cocinar y parir. María de Zayas en el siglo XVII denunció el lúgubre destino de la mujer, “forzadas a casarse, encerradas, emparedadas, recluidas en conventos o envenenadas”.
Graciela Rodríguez Alonso ha escrito un libro formidable, moderado, sagaz, cargado de un copioso equipaje cultural. Tras la denuncia de la atroz condición a la que la mujer ha sido sometida durante siglos, las conquistas actuales, solo señalan el largo camino que todavía queda por recorrer. Coincide Graciela con Hannah Arendt en que no quiere un feminismo dogmático. Huye la autora de La epopeya de las mujeres del talibanismo feminista y se alinea con Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Heroínas en busca del vellocino de oro, “dejándose la vida frente a los dragones”, la epopeya de las mujeres se erecta en la nueva época que vivimos. “Yo soy Odiseo -escribe- y siento su ansia y escucho a las sirenas y, también, soy carnero escapando, las manos ciclópeas de Polifemo husmeando mis lanas”. Y añade sagazmente: “El machismo no es exclusivo de los hombres, pues las mujeres que contribuyen a reproducir y mantener estructuras patriarcales también son machistas”. No solo es Pandora, en fin, quien destapa la tinaja de todos los males. “Dios creó, pues al hombre a su imagen, conforme a la imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra”, se lee en el Génesis.
La epopeya de las mujeres, en fin, se encuentra entre los mejores libros que he leído sobre feminismo. Se hará un clásico porque si en Occidente la igualdad de género se conquistará en el siglo XXI, la indignación se acrecienta al volver la vista al animismo africano, al hinduismo asiático, al budismo oriental, al islamismo avasallador. En el Corán, al-Qur'ân, monumento universal a la espiritualidad, se lee, sin embargo, versículo 38 de la azora IV (versión de Vernet): “Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas”. Largo, largo es el camino que será necesario recorrer para concluir en todo el mundo la epopeya de las mujeres.