Diccionarios y enciclopedias han sido derrotados por el alud digital. La inmensa mayoría de los ciudadanos que los utilizaban hacen ahora sus consultas en el teléfono móvil. Es esta una realidad incuestionable que ha golpeado duramente, incluso, al Diccionario papel de la Real Academia Española. En la Casa se prepara ya la primera edición online, tras trecientos años de acumular sabiduría lexicográfica en ediciones impecables, iniciadas con la llamada de Autoridades que asombró a Europa y que ocupó el trabajo y el rigor científico de los académicos desde 1726 hasta 1739.

Los libros papel de novela, de ensayo, de poesía, sin embargo, no se rinden y pelean bravamente contra el acoso digital con ediciones cada vez más atractivas y a precios razonables. Hace solo seis años las predicciones certificaban el apocalipsis del libro papel.

Las encuestas por un lado y los expertos por otro erraron en sus predicciones. Produce rubor leer lo que aseguraban entonces como un dogma indiscutible. En España el e-book apenas supera hoy el 5 por ciento del mercado; en Italia se encuentra en el 4 por ciento y en Francia en el 3,1 por dciento. Ni siquiera Alemania alcanza el 10 por ciento. Se queda en el 8 por ciento. Si tenemos en cuenta que los lectores viajan ahora sin el peso de los libros impresos y que eso cuenta para la estadística, las cifras todavía resultan más favorables para el papel.

La realidad victoriosa del libro tradicional no se puede aplicar a los periódicos. Las cifras de venta del periodismo impreso diario y semanal se han derrumbado en los últimos años. Varios de los grandes diarios nacionales venden en España la cuarta parte de lo que vendían. Apenas se ve un joven con un periódico papel en la mano. Casi todos consultan los diarios en el teléfono móvil. Y se han multiplicado los periódicos digitales. El diario papel no ha sabido defenderse como sí lo ha hecho el libro. Las editoriales, que hace unos años vivían aterradas, saben ya que el e-book ocupará un lugar relevante pero que el libro papel permanecerá porque, a pesar del precio, el lector prefiere el tacto, el gesto y la comodidad de lectura que ofrece el libro tradicional.

Las casas modernas, con un costo disparatado, son pequeñas y apenas disponen de sitio para la biblioteca. A pesar de eso no se ha perdido el gusto de conservar los libros. La explosión digital no ha sido capaz de vencer a Gutenberg y ojalá se llegue a un equilibrio para que las dos fórmulas que hoy pugnan deriven en la armonía. Hubo una Edad Antigua, una Edad Media, una Edad Moderna, una Edad Contemporánea. Estamos ya en la Edad Digital. La tecnología lo arrolla todo y ha convertido la aldea global que anticipó McLuhan en los años treinta del siglo pasado en un patio de vecindad. La comunicación se ha hecho instantánea y a un precio irrelevante. La inteligencia artificial avanza imparable y la robótica se impone en la vida doméstica y de trabajo e, incluso, vertebra ya la militar con la incertidumbre del riesgo alarmante, abordado ya por los responsables del Pentágono.

Pero el libro sobrevive. A mí me parece una excelente noticia. Y no está de más resaltar que, frente a los augures de la catástrofe, frente a los que disfrutaban vaticinando el fin del libro de siempre, las editoriales continúan proporcionando cultura en papel a todos aquellos a los que les gusta disfrutar del placer de leer poesía, novela, ensayo o filosofía tal y como se viene haciendo desde hace largos siglos.