Primera palabra

Ana, Infanta de España, Reina de Francia, madre de Luis XIV

30 noviembre, 2018 01:00

Ana de Austria, vallisoletana nacida en 1601, hija de Felipe III, se convirtió en Reina de Francia. La casaron chiquita y bonita, adolescente de 14 años, con el Rey Luis XIII de Francia, a la vez que una hermana del Monarca galo, Isabel de Borbón, matrimoniaba con el que sería Felipe IV de España. Intercambio político de porcelanas. En la isla de los Faisanes se cruzaron las dos princesas en peregrinación hacia maridos desconocidos. El cardenal Richelieu se declaró enemigo de la nueva Reina, a la que desdeñó con ademanes catedralicios, acusando a la española de aventuras sedosas con el duque de Buckingham que la visitaba, tras constantes viajes desde Londres.

Reina florero, su destino consistía en parir. Tuvo dos hijos, Luis, que fue el Rey Sol de Francia durante 72 años, y Felipe, duque de Orleans. A la muerte de Luis XIII, Ana quebró el florero y consiguió del Parlamento contundentes poderes. Nombró al cardenal Giulio Mazarino, presidente del Consejo, enmerdó a Richelieu, ordenó y mandó durante 8 años junto al clérigo elegido. Muerto este, Luis XIV asumió todo el poder -el Estado soy yo- y la Reina madre Ana se retiró a Val-de-Grâce. Convenció a su hijo Luis XIV de las ventajas políticas de casarse con una Infanta de España.

Al joven monarca le pareció bien y dispuso su matrimonio con María Teresa, hija de Felipe IV de España. Nadie adivinó la trascendencia de aquel matrimonio que significó con el tiempo la instalación de la casa de Borbón en España. Felipe VI es hoy Rey de España porque su antepasada María Teresa transmitió, frente al archiduque Carlos de Austria, derechos dinásticos, y por vía femenina, a un nieto de Luis XIV, que se convirtió, tras la guerra de Sucesión, en el Rey de España Felipe V de Borbón.

Pilar de Arístegui -excelente pintora, por cierto- es escritora de ensayos y novelas en los que brilla su inteligencia, su sagacidad, su capacidad para la investigación y una literatura sobria y eficaz. La autora de La Roldana ha tenido el acierto de convertir en protagonista de su última novela, Laberinto de intrigas, a Ana de Austria, Infanta de España, Reina de Francia, madre del Rey Sol, mujer decisiva en el siglo XVII europeo. Escrito en primera persona, Arístegui se ha metido en el alma y en la carne de Ana, mujer antes que Infanta, princesa y Reina. Zarandeada por sentimientos contradictorios, española y francesa a la vez, pensaba que el desenlace de la batalla de Rocroi habría sido distinto si las tropas españolas hubieran sido capitaneadas por su hermano Fernando. Celebró, en todo caso, la victoria francesa, pero recordó lo que dijo un coronel sueco tras la batalla de Nördlingen: “Nunca nos habíamos enfrentado a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, es una roca, no desespera y resiste paciente hasta que pueda derrotarnos”.

Se sumerge Arístegui en la vida europea del siglo XVII, en las intrigas de la Corte francesa, en las ambiciones, las pasiones, las traiciones, los engaños, las suntuosidades, las decepciones de un mundo que renace en la pluma de la autora con interés que no decae.

Al describir la coronación de Luis XIV, la autora ha sabido reproducir las palabras que el obispo de Soissons dirigió al nuevo Soberano: “Que el rey reprenda a los orgullosos, que sea un modelo para los ricos y poderosos, que sea bueno con los humildes y caritativo con los pobres, que sea justo con todos sus súbditos y que trabaje para la paz entre las naciones”. El 7 de noviembre de 1659 se firmó la Paz de los Pirineos con España y el 2 de junio de 1660, Luis XIV, conforme a los deseos de su madre, se casó con la Infanta María Teresa.

Una novela extraordinaria, en fin, que permite entender mejor la época crucial en la que se inició la decadencia de España y explosionó la fuerza de Francia. Una novela en la que prevalece el rigor histórico sobre la imaginación y la ficción, tal vez porque Pilar de Arístegui, al introducirse en el alma de Ana, comprendió que la realidad superaba a todo lo que se le hubiera podido ocurrir a la imaginación más desbordada.